-¿Qué recuerdos tiene de Agolada?

-Los primeros 20 años de mi vida están ligados con la tierra que me vio nacer y aquellas vivencias y recuerdos los llevaré siempre como un tesoro guardado en mi corazón. Procedo de una familia campesina, aunque mi padre era cantero y mi madre costurera y más tarde montó una tienda de tejidos en casa y se desplazaba a las ferias del 26 en Brántega y del 12 a Agolada con puesto en Os Pendellos. Era una época de escasez y penuria, pero logramos sobrevivir con dignidad. Tuvimos muy buenos maestros en Friufe, y cuando llegó la hora de salir a estudiar fuera mi madre acudió a los centros religiosos, consiguiendo que cuatro de mis hermanos pasáramos por el convento. A Agolada regreso siempre que puedo y tenemos una cita anual fija, el 12 de Agosto.

-¿Tengo entendido que dedicó su vida al ejército?

Efectivamente. Y si hoy comenzase de nuevo la volvería a elegir sin dudar. Tuve que trabajar muy duro para alcanzar las metas y en los intermedios de estas ocupaciones fui pastor de cabras, de ovejas y de vacas, talador de árboles para madera, aserrador de moldes de ameneiro para fabricar lápices... Ya se sabe que allí la disciplina es severa, pero cuando decides emprender ese camino y recibes una preparación física esmerada y una formación técnica adecuada, y a eso unimos juventud e ilusión, eso funciona como la maquinaria de un reloj suizo, dónde el conjunto depende de la exactitud de cada pieza. La vida en la milicia más que dura es fascinante.

-¿Sigue perfeccionando su habilidad como fotógrafo?

-Hoy con mis 80 años, me conformo con una compacta de bolsillo y dedico mucho tiempo en el Photoshop, dónde el límite es la propia imaginación.