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La mujer que se convirtió en leyenda

Diversas fuentes aseguran que Pepa a Loba, bandolera del siglo XIX, nació en Couso en la década de 1830

El saber popular apunta que en la sobreira de Valiñas Pepa a Loba cometió un atraco. // Bernabé / Javier Lalín

Hay algo mágico en cualquier historia contada a la luz de las velas o al calor de la chimenea. Y, del mismo modo, también hay un encanto que fascina en cualquier leyenda, quizá porque nadie alcanza a adivinar qué hay de mentira y qué hay de verdad. La eterna duda del saber popular también se cierne sobre la figura de una mujer decimonónica que continúa presente en la boca de los más ancianos. Son algunos de ellos los que se atreven a asegurar, avalados por investigaciones de diversos autores, que en la década de 1830 llegaba al mundo, en la parroquia de Couso, una pequeña llamada Josefa, pero que todo el mundo conoce como Pepa a Loba.

La tradición oral es la única vía por la que se tiene constancia de las aventuras de la bandolera, de la que a duras penas existe documentación escrita. Aun así, quien narra su historia asegura que era una mujer de armas tomar, feroz y decidida que luchaba contra las injusticias de su tiempo. Quizá una descripción que roza lo idílico esté respaldada por una vida desgraciada.

Diversas fuentes -tanto orales como bibliográficas, entre estas últimas la obra de Carlos Reigosa- cuentan que Pepa, hija de madre soltera, presenció la violación de La Falucha cuando todavía era una niña. Este hecho, que habría de marcarla de por vida, se agravó con un embarazo en cuyo parto fallecieron su progenitora y el bebé.

Desamparada, narran que Pepa fue a vivir con su tía Dorinda, que la obligó a mendigar. La tradición apunta que la joven, supuestamente estradense, ya vivía en unas condiciones de suma pobreza cuando su madre estaba viva pero el trato que recibía por parte de su tía era de todo menos familiar.

La oralidad insiste en que Dorinda solo buscaba beneficio económico del cuidado de su sobrina y quería que se casase con el tendero del pueblo que, según contaban en la aldea, era el hermano de su padre biológico. Finalmente, fue a vivirse con él y el trato que recibió por su parte fue de cariño y admiración. Incluso contrató a un joven para que diese clases particulares a Pepa. Y, como ninguna historia es historia si no hay amor de por medio, se enamoraron.

Cuentan que el tendero apareció muerto, supuestamente asesinado por su propio hermano y padre de Pepa, acusaron a la bandolera de cometer el crimen. La enviaron a la cárcel de Pontevedra, donde estuvo retenida varios años carcomida por la ira. Un día solicitó confesión pero, lejos de esconderse tras su petición un motivo religioso, su astucia la llevó a golpear al sacerdote y vestirse con sus ropas para poder huir del centro penitenciario.

Narra la leyenda que, tras su salida, lo primero que hizo fue llevar a cabo su venganza. Junto con su inseparable perro Lueiro, mataría a su supuesto padre biológico y asesino del tendero. Esta sería la primera hazaña de una bandolera que pasaría a la historia.

Sus aventuras son varias pero siempre respaldadas por la Cuadrilla de Pepa a Loba, un grupo de hombres que vivían en el monte y se dedicaban a asaltar gente de clase alta y casas rectorales.

Poco más se sabe de su vida. Algunos aseguran que murió en un asalto, otros siendo anciana y rodeada de hijos y nietos. El único testimonio escrito es una carta de Concepción Arenal, visitadora de prisiones, que conoció a la bandolera al acudir a la cárcel de A Coruña. Sin embargo, parece que la duda que gira en torno a la vida de Pepa no hace otra cosa que consolidar su historia. Hacerla más viva, más cercana. Una mujer que rompió esquemas y se convirtió en leyenda.

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