En este artículo, Ramón Aller acede a los ruegos de sus amigos para escribir sobre algún personaje destacado de Lalín, con motivo de la gran recepción que el pueblo de Lalín brindó a Joaquín Loriga Taboada; parece que lo normal sería escribir sobre la visita del aviador; pero, con su astucia y sensibilidad, argumenta que no está capacitado para hablar de lo que no entiende y decide hacer una semblanza de un personaje histórico lalinense, del que le resultaba más familiar hablar: José Rodríguez González O Matemático de Bermés, aludiendo a que los muertos no protestan y el matemático hacía poco más de un siglo que había fallecido. Lo cierto es que pocos días después de escribir sobre este personaje, fallece el aviador Loriga, sobre quien, con motivo de su visita a Lalín, el día 24 de junio, D. Ramón había pronunciado un discurso en gallego en su honor.

Hace un resume la biografía del Matemático de Bermés y recuerda su gran labor científica, de la que dice que sus obras son tan poco extensas que cabrían en un pequeño volumen, pero destaca su alta calidad científica. Señala la posibilidad de que gran parte de sus artículos se hayan perdido o simplemente sirvieran de envoltorio en alguna tienda, utilizados de esa u otra forma, por no ser conscientes de su valía científica. Lo cierto es que recientemente, Iván Fernández Pérez, doctor en historia de la Ciencia y vinculado al OARMA, ha encontrado otros dos artículos publicados en revistas extranjeras y desconocidos para nosotros. Deja abierta la posibilidad de encontrar más documentación sobre este destacado matemático gallego.

En este mismo mes y año (1927), a petición de varios miembros del Seminario de Estudos Galegos, el padre Aller escribe la más completa biografía conocida hasta el momento de José Rodríguez González, y en la introducción de la mima dice que en el mes de octubre ya la tenía terminada. La rapidez con que escribió sobre la vida del Matemático de Bermés se debió (según nos cuenta en la introducción de la misma) a que unos cuantos años antes de esta fecha, la Sociedad Matemática Española le habían propuesto hacer un estudio sobre el matemático y junto con el catedrático del Instituto de A Coruña, David Fernández Diéguez, habían reunido gran número de datos, aunque, por falta de tiempo para ordenarlos debidamente, el trabajo no llegó a ser publicado. Don Ramón manifiesta la importante labor de compilación de datos por parte de Fernández Diéguez, quién se los da al padre Aller para que termine de hacer la biografía del científico gallego.

Este es el artículo publicado por el padre Aller:

"Accediendo a los ruegos de varios amigos, a quienes deseo complacer, forzado me veo a escribir alguna cosa que a Lalín se refiere. Pero ¿qué voy a decir de mi pueblo natal? Líbreme Dios acaso de meterme en la historia de la villa en que vivo, o de pretender entonar un himno a las bellezas naturales del país. Sería una u otra temeridad castigadas por la propia conciencia, y no habría lector, por indulgente que fuese, capaz de perdonar mi atrevimiento.

La culpa de este aprieto mío la tiene, involuntariamente por cierto, el aviador señor Loriga, que supo llegar de Madrid a Manila, aún con un ala rota; y como Loriga es de Lalín, hoy con doble motivo, tentado estoy a que este señor aguante mi chaparrón y sufra un análisis de su vuelo, describiendo yo la preparación que supone la empresa llevada a cabo, el valor e intrepidez necesarias para ella y la pericia demostrada en la ejecución. Más, pensándolo mejor, dejo este asunto para otros más autorizados que yo, y, como los muertos no protestan, voy a recordar a grandes rasgos otra gloria de este país que se llevó Dios hace muy poco más de cien años; por eso este artículo se encabeza con un título algo raro.

El 25 de octubre de 1760 nació en la cercana parroquia de Bermés, un niño que fue bautizado el 28, y se llamó José Rodríguez González. Dedicóse de joven a los estudios científicos y fue nombrado Catedrático de Matemáticas en la Universidad de Santiago. Viajó mucho por Inglaterra, Francia y Alemania y el 2 de enero de1819 fue nombrado profesor de Astronomía en Madrid, para que atendiera al mismo tiempo el naciente Observatorio astronómico. Dio sus lecciones en el Gabinete de Historia Natural durante los años de 1819 y 1820 los acontecimientos políticos no le permitieron continuar en aquel puesto; regresó a Santiago y en 1821 entrego su alma al Creador después de recibir los santos sacramentos. Veamos algo de su personalidad científica de este hombre, bastante más considerable de lo que se crea aún en su propio país.

Rodríguez, en principio, fue un perpetuo estudiante. Es curioso repasar la correspondencia que de él se conserva en Santiago, y ver como desatiende sus obligaciones de enseñar por su afán de aprender. Porque Rodríguez tenía un talento un tanto enciclopédico: estudiaba difíciles cuestiones de Geodesia en París y en Londres y se dedicaba a la Mineralogía en Gotinga. Reiteradas veces los celosos profesores que formaban el Claustro Universitario de Santiago, reclamaban su regreso a Compostela, para que allí cumpliese su misión de docente, llegando hasta a amenazarle con la cesantía, pero la avidez de Rodríguez por las conquistas de la ciencia le retiene fuera de su patria y le hace buscar aquellos centros que gozaban de más fama en las investigaciones científicas. Es raro que en su correspondencia de Gotinga no aparezca citado el coloso Gauss, y en cambio hable de otros sabios que no llegan, ni con mucho, a las profundidades de aquel pacífico matemático y astrónomo. ¡Cuán cierto es que la posteridad se encarga frecuentemente de hacer justicia!

El desmadrado afán de lo nuevo no es siempre el mejor camino para formar juicios ecuánimes; y así, en esa correspondencia de Rodríguez se nota una marcada tendencia liberal. Sin dejar de ser católico en sus convicciones, se arrastra la "moda" del liberalismo, que comenzaba por entonces, pretendiendo ser la antorcha de la civilización, y gracias que ni para apagarla ha tenido potencia.

Con Chaix, Biot y Arago vino Rodríguez a España para prolongar la triangulación que se extendía de Dunquerque a Barcelona. El proyecto era llegar con la cadena de triángulos geodésicos hasta Formentera, enlazando al mismo tiempo, las Baleares a la Península.

Varias anécdotas de esta época se hallan en el libro de Delambre 'Grander et figur de la Terre' con notas de Bigourdam. Rodríguez atendió a Arago que, a causa de la guerra entre Francia y España, fue preso "¡por espía!", y preparó la fuga al célebre francés, logrando salvar los preciosos documentos, abarrotados de cifras que tanto hacían sospechar de su poseedor.

Rodríguez publicó muy poco; tan poco que sus obras caben en un pequeño volumen, pero son de alta calidad científica. De lo más notable es una memoria corta de pocas páginas referente a los trabajos del geodesta inglés William Mudge, en la que demuestra errores de importancia, pero difíciles de descubrir, hasta el extremo de que un matemático español ha dicho de Rodríguez que debía de estar dotado de un instinto particular para investigaciones de esta clase.

Otro trabajo importante es más corto todavía; ocupa las páginas 361 a 385 en el tomo III de la 'Correspondence sur l`Eecole.Polytechnique' y consiste en una demostración del célebre Laplace "los potenciales de dos elipcoides confocales, en todo punto exterior a ambos, son entre sí como sus masas", demostración que el famoso geodésta inglés R. Clarke, califica como de las más elegantes.

La labor del matemático de la cercanías de Lalín, del sabio de Bermés, tiene siempre originalidad, y si no aparecen en ella creaciones que lo pongan entre Newton, Gauss, Lagrage, Polncaré... y otros de primera fila, contiene, sin embargo más que suficiente para figurar muy alto entre los sabios, y particularmente entre los españoles que a esa clase de estudios se dedicaron en el siglo XIX. Con mismos méritos se han levantado monumentos a otros hombres. Nuestro Rodríguez murió pobremente en Santiago; un entierro humilde al que asistieron, si no he leído mal, unos cuantos franciscanos y algún cantor y después... casi el olvido, hasta que hace unos años. la Sociedad Matemática Española intentó averiguar el paradero de sus papeles y hacer un estudio detenido de sus méritos. Pesquisas inútiles; acaso los preciosos manuscritos de Rodríguez hayan servido, hace años, a algún comerciante de ultramarinos para "envolver azúcar o a alguna cocinera para encender el fuego".

Es justo decir que aquí en Lalín se le recuerda y estima, pero es fácil si se levantase de la tumba, protestase de muchas cosas que se le atribuyen. Es corriente decir que predecía el tiempo. ¡Pobre Rodríguez! En donde te estiman y guardan de ti memoria veneranda, no hay especialistas de los estudios, y creen engrandecer parangonando tu labor con la de D. Mariano del Castillo. Hoy los verdaderos metereólogos saben que el problema de la predicción del tiempo a largo plazo está sin resolver, y que aún las predicciones para pocos días no pueden ser resultado de observaciones aisladas, a menos sean como esas que hacemos todos y en particular marineros y labradores, ¡cuanto más en tiempos de Rodríguez!

Esto va ya largo y probablemente pesado y debo concluir. Si he satisfecho a mis amigos y al mismo tiempo contribuido a ensalzar a un lalinense ilustre, no he conseguido poco".