Decía el gran dramaturgo y novelista Álvaro Cunqueiro que Galicia es el país de los 10.000 ríos. Desde Agolada, Ángel Utrera no se lo toma a broma y ha montado su tercera exposición fotográfica, No país dos mil ríos. Aunque, en realidad, las fotos que pueden verse hasta hoy muestran las instantáneas de 16 de ellos, repartidos entre las cuatro provincias y que han sido captados por el objetivo de Utrera durante los últimos diez años. La selección de las fotografías ha sido un trabajo arduo, al que se enfrentó Utrera por tercera vez, después de montar Na miña bicicleta (que pudo verse en Santiago de Compostela y que quizá viaje hasta Madrid) e Invisibles, que todavía está en A Solaina de Piloño y en la que se recogen planos de personas anónimas que atesoran una vida digna de ser narrada.

Con el termómetro por encima de los 30 grados en Os Pendellos, entrar en la Casa das Neves era un alivio para el cuerpo, y también para el alma. El atardecer anaranjado del puente del tren sobre el río Ulla -frontera natural de las provincias de Pontevedra y A Coruña en la comarca-, los verdes de los viñedos en escalera en Belesar, a la ribera del Miño, e incluso los grises del río Barbantiño a su paso por la comarca carballiñesa dejan muy claro que el agua no deja de ser hermosa si no es azul.

Pero a Utrera no le interesan el curso de los ríos en sí, sino "lo que tiene vida a su alrededor", ya sean vacas, molinos o puentes en ruinas, uno de sus elementos favoritos a la hora de utilizar su cámara. En ninguna de las 100 fotos que podemos ver en Agolada -hoy cierra la exposición, al mismo tiempo que la Mostra de Artesanía-, aparece una persona. "Me importa el río como ecosistema" y, también, como fuente de inspiración. Porque las fotos, organizadas en grupos, están acompañadas de poemas inspirados en ese momento crucial que ha sabido captar la cámara de Utrera y que, a su vez, también está influido por el estado de ánimo del autor. No en vano, un primerísimo plano de las aguas del río Xubia, en tonos negros y perla, hace pensar al visitante que está viendo nada menos que un cielo estrellado en otoño.