-Después de tanto tiempo viviendo fuera de Lalín, ¿cómo mantiene vivo su vínculo con la tierra que la vio nacer?

-Me gusta presumir de pueblo, la verdad. De hecho, tengo muchos amigos japoneses que vinieron desde allí a Lalín y que incluso se hicieron una foto subidos a la escultura dedicada al cerdo. Y andaluces, también. A todos ellos siempre les hablo de Lalín y les digo que vengan por aquí y vienen, claro. Desde luego, les hablo mucho de la gastronomía porque tanto para mi como para los japoneses, por ejemplo, es muy importante. De hecho, les gusta mucho el cocido, aunque reconocieron que era un plato fuerte para sus estómagos.

-¿Notan los actores, también, los efectos de la crisis?

-Hay mucho talento creativo en la profesión pero hay muchas dificultades a la hora de difundirlo por la falta de apoyos económicos. Lo que se está haciendo ahora, que es nuestro caso, además de llevar a cabo producciones de bajo coste, es básicamente compartir esfuerzos. Se trata de optimizar recursos.

-¿Cómo se tomaron en su familia lo de que se hiciera actriz?

-Se acabaron acostumbrando. Un padre y una madre, cuando eres más joven, esperan que tengas algo más "seguro", pero después, al final, terminan por sentirse orgullosos de tu profesión, aunque no lo quieran reconocer. En mi familia tengo tíos músicos, pero yo soy la primera que me dedico al teatro de manera profesional. En el estreno en Lalín de Faraoas hubo algo de respeto a la hora de salir a escena porque había mucha gente conocida entre un público que sabes que te quiere y que, al final, está entregado.