Uno de los trabajos más técnicos, precisos y cuidadosos que se acometieron en la rehabilitación del Pazo de Liñares fue el realizado con los escudos, plafones y pinturas murales situadas, principalmente, en el edificio mandado construir por Álvaro Núñez Taboada a finales del siglo XVII y que se encontraban deterioradas por el paso de los años y la acción de la humedad.

Los trabajos fueron acometidos conforme al proyecto de Miguel Suárez Regueiro, licenciado en Historia del Arte y técnico superior en Conservación y Restauración. La dirección de obra corrió a cargo de Carlota López Brea, natural de la parroquia cruceña de Fontao, que estuvo acompañada de Virginia Palmeiro Sampaio, ambas también historiadoras de arte y conservadoras-restauradoras. Beatriz Suárez Saa, licenciada en Bellas Artes y técnico superior en Artes Aplicadas, que se encargó de las pinturas murales, completó el equipo.

Los trabajos se centraron en varias piezas lígneas y en pinturas murales, como los zócalos del salón noble o los retratos de perros repartidos en varias salas. El grupo de piezas lígneas lo componen dos plafones y tres escudos situados en el salón noble; un cuarto blasón que se perdió fue reproducido siguiendo la imagen de los otros. En lo que atañe a las pinturas, recuperaron dos tramos del zócalo original en la pared que da al solarium y se reprodujeron sus patrones, siguiendo técnicas tradicionales, en el resto de los tramos del salón, irrecuperables por el mal estado de la pared. También se limpió un escudo de piedra en el acceso a la estancia noble.

Los escudos en madera de castaño policromada y dorada que coronan el salón presentan los emblemas de las familias Taboada (cuatro barras y nueve calderos de oro), Mosquera (cinco cabezas de lobo y tres flores de lis) y Suárez de Deza y López de Lemos (castillo entre las olas con tres peces y círculos de oro). El campo central se decora con fondo en laca azul oscura y los emblemas familiares, en dorado, rodeado por una moldura lisa. Sobre el campo, una corona con remates en forma de flores.

A finales del XVIII, eran cuatro los escudos sujetos al techo, pero solo pervivieron tres. Antes de que la familia Taboada abandonase el edificio, en 1920, estaban enmarcados por pinturas murales a modo de orla que, por su técnica de pintada en seco con pigmentos industriales, complicaron su conservación. Los heraldos en si estaban muy mal conservados, con partes podridas e incluso hongos. El cuarto escudo fue realizado por el ebanista Alfonso Blanco en madera de castaño antigua tratada, dejando el campo central en liso. Se utilizaron los orificios originales de los clavos, sustituidos por tornillos de acero inoxidable.

El techo de la sala noble se completa con sendos plafones circulares en madera de castaño, con decoraciones policrómicas a base de lacas coloreadas, dorado y corladura de plata. Estos elementos se complementan con los escudos de las esquinas y se consideran coetáneos, dadas sus similitudes estéticas.