En la mañana del 8 de marzo, el comandante de Ledesma, Gregorio Martínez, emboscaba una de las dos compañías de tiradores en un pinar, con ánimo de cortar la retirada de los enemigos, que bajaron hacia el puente en número de 100 de infantería y caballería sin haber descubierto la trampa, "la que inmediatamente principió un vivísimo fuego". Los jinetes fueron los primeros en huir; sólo se salvaron los que fueron perseguidos hasta el monte de Rubio, en donde estaba acampado un numeroso ejército francés, "por cuya superioridad de fuerzas tuvo por conveniente retirarse al puente de Ledesma, fortificándolo y poniéndolo en el mejor orden de defensa".

El desquite francés se venía venir. Con esta seguridad, la Junta Gubernativa, asesorada por Gregorio Martínez, refuerza la línea defensiva del Ledesma con 800 paisanos que, provistos de chuzos, se atrincheran en los dos lados del puente; otros tantos quedan colocados en las alturas entre Ledesma y Cira y el resto del pequeño ejército se sitúa en Cira sobre el río Deza. Para animar a la tropa acuden los párrocos, la propia junta directiva y otros señores particulares de cierta edad. También hacen venir al médico del pueblo, Miguel Pérez Mondragón.

Al amanecer del día 9 "apenas quedaran en las casas de toda la jurisdicción más que los niños, viejos y enfermos", rezan las actas de la junta depositadas en el pazo que la familia Rivas mantiene en Sestelo (Siador). La lucha se inició y en medio de ella Gregorio Martínez tuvo la intuición de que los franceses pudieran intentar el cerco de los que estaban en Cira, así que con 4 tiradores, de buenas piernas, a toda velocidad se subieron a un monte cercano y desde allí descubrieron una columna de franceses que a paso ligero avanzaban para cercar a los paisanos de Cira. Con permiso de la Junta Gubernativa, ordenó la retirada pero los paisanos determinaron que "era preciso antes morir que retirarse" y la columna francesa retrocedió por el puente Cira tras sufrir numerosas bajas para emprender una huida vergonzante.

A todo esto, frente al puente Ledesma bajaba un trozo de infantería francesa cubiertos todos por artillería, que comenzó a trabajar contra los gallegos apostados entre Cira y Ledesma. Las balas caían a sus pies hasta cubrirlos de tierra, a pesar de ello se sostuvieron firmes, como si fueran aguerridos soldados, y, al reconocer el enemigo que era imposible pasar el puente, a pesar de tener fuerzas tan superiores, confió en su artillería, a lo que los de Trasdeza no podían contestar porque carecían de la suya. Pese a todo, se mantuvieron en la embocadura del puente, aunque los franceses consiguieron derribar parte de la muralla y hacer brecha en la casa del Cura y del Herrador.

Los franceses, a la vista de esta resistencia, y reconociendo las considerables pérdidas que habían sufrido, para que no se enteraran los de Trasdeza, recogieron todos los muertos metiéndolos en la casa del Herrador, donde les pusieron fuego; a pesar de ello se supo que pasaban de 200 soldados franceses los quemados y más de sesenta y tantos los que echaron al río, con igual número de heridos. Por parte de los paisanos, hubo 4 muertos, 2 ahogados y 21 heridos graves. Además, el ejército de Trasdeza sufrió la merma de 6.000 raciones de pan y se derramaron 24 moyos de vino que estaban acopiados en el puente Cira para la subsistencia de la tropa. Los franceses se retiraron a Santiago de Compostela y los gallegos cobraron los mismos puntos a las cuatro de la tarde. El acta de la junta en su acuerdo del día 9 dice literalmente así: "El valor e intrepidez con que todos a porfía se esmeraron es digno del mayor elogio, contribuyendo todos por lo que estuvo de su parte al feliz éxito de este glorioso ataque y lo que es más de admirar, que siendo los nuestros todos paisanos, a excepción de las dos compañías de tiradores, sin caballería ni artillería, supieron contener un número de más de 2.500 hombres, gente aguerrida que cuenta las victorias donde no hay quien se le oponga". Y firman esta acta el licenciado José María de Rivas y Taboada, Manuel Antonio Covián, Juan López Casariego, Andrés Antonio de Novoa, Antonio López y Pedro Antonio Gómez, secretario".

Esa misma jornada, a las 8 de la noche, ya en el cuartel general de las Casas do Monte, "llenos del mayor auxilio por el feliz éxito que habían logrado los valerosos vecinos", la junta acuerda, "para futura memoria de todos y, cuando se proporcione ocasión, la recompense, elevar la noticia al Marqués de la Romana, a fin de que se sirva recomendar a la Suprema Junta Central los sacrificios que hace esta jurisdicción como fieles vasallos de nuestro amado D. Fernando VII, por la religión y la patria".

Al día siguiente, 10 de marzo, los franceses no causaron novedad ni fueron vistos a la altura de Ponte Ledesma ni en las llanuras que le siguen a Santiago. Sin embargo, Gregorio Martínez acordó conservar el ejército en aquel punto. Al mismo tiempo, la junta previno el despacho de más espías a la ciudad de Santiago para que observasen los movimientos del enemigo. La represalia no tardaría en llegar.