Escuadro madrugó ayer para vestirse de fiesta por tercera vez en una semana, aunque el día grande de Santa Isabel fue el pasado miércoles. Los fuegos de artificio y el repenique de las campanas daban el pistoletazo de salida a un día repleto de religión y fiesta. A las 8 de la mañana, comenzó una sesión de misas que se prolongó hasta que el reloj de la torre marcó el mediodía. Fue el momento en el que la gran afluencia de romeros presenció las tradicionales subastas. Miembros de la organización festiva se encargaron de pujar los pollos y conejos ofrecidos por devotos, que en varias ocasiones alcanzaron los 40 euros, donativos dirigidos a esta peculiar curandeira especialista en poner remedio a verrugas, golpes o heridas.

A las 13 horas, la Banda Municipal de Silleda afinaba sus instrumentos para acompañar a Santa Isabel y a sus romeros en la procesión que, una vez finalizada, la devolvió al templo en el que reina. La parte religiosa matinal se acabó con la misa solemne que congregó a tantos fieles que la iglesia no gozó de capacidad suficiente para albergarlos a todos. Sin embargo, no solo fueron protagonistas los rezos, sino que las casetas de pulpo, los puestos de rosquillas y un pequeño mercadillo atrajo a muchos asistentes.

"Escoitei unha misa á que estou ofrecida dende hai anos e agora comerei aquí e quédome á novena das 9", comentaba una devota. Y es que la fe hacia esta santa es bien conocida en la comarca de Deza. "O meu veciño, tras un accidente de tráfico, camiñaba con dificultade. Ofreceuse e unha vez que comulgou, notou unha melloría tan grande que se atreveu a ir ata a casa sen muletas", afirmaba la vendedora de las velas, otro gran reclamo del día.

El rito de la piedra

Uno de los curas que participaron en los oficios explicaba que las ofrendas de los fieles a la Virgen van desde dinero o animales hasta flores y figuras de cera. Además, los asistentes aprovecharon la terminación de la misa para acercarse a Santa Isabel a rezar o a acariciarla con un pañuelo con el que frotaban las partes del cuerpo en las que sufrían dolor. Una presente en el santuario apuntaba que siempre llevaba consigo el pañuelo con la esencia de la santa y una estampa de la misma que le otorgaban paz y protección.

Por otra parte, además de la iglesia, el lugar más visitado fue la pena milagrosa, una gran piedra con dos huecos que da nombre al lugar que preside, Penadauga. Unas escaleras, por las que se dice que subía Santa Isabel, conducen a una charca con agua bendita, en la que los devotos lavan sus verrugas o heridas con la confianza de su desaparición posterior. También frotan sus espaldas en el hueco de la parte inferior y dejan monedas, cirios ardiendo o flores.

"Mi hija de siete años tiene verrugas en una mano. Me comentaron los milagros de esta santa y venimos desde Santiago a buscar agua bendita para aplicarla", reseñaba una esperanzada madre.