En algún lugar del Bierzo existe una Máquina Blanca que une Ponferrada y Pontevedra sobre raíles de plata transportando sueños y promesas cumplidas. Nadie la ha visto nunca, pero yo sí. Me la descubrió en un día de asombro infantil el tío Demetrio, "Deme", quien ayer miércoles subió por última vez a su único vagón donde viajan los que amaron y fueron amados. El 16 de febrero había cumplido 89 años.

Cuando iba de visita a su tierra berciana, él "viajaba" siempre a bordo de aquella locomotora mágica solo para encandilar a sus sobrinos con historias asombrosas. De hecho, teníamos por cierto que los Reyes Magos no venían de Oriente si no de Galicia. Y a fe que llegaban cargados de brillantes regalos. De tan encandilados como estábamos, una tarde de verano decidí no esperar a la noche de Reyes, así que me fui a la estación de Ponferrada y me subí a un tren que me pareció blanco como la leche. Cuando la policía detuvo el convoy y me preguntó a donde iba respondí con la mayor naturalidad: "Voy a ver a mi tío Demetrio que es el dueño de esta Máquina Blanca". No fui arrestado.

Demetrio Gundín dedicó toda su vida al progreso de Galicia, dirigió varias empresas, especialmente Demegal relacionada con la papelera pontevedresa, militó en la grada del Celta de Vigo con fe inquebrantable y no cesó de encomiar su tierra adoptiva allá por donde iba. Emigrado de joven, compartió generosamente sus afectos entre gallegos y bercianos, como un embajador ideal de la quinta provincia gallega.

De él aprendimos las lecciones elementales de esa generación heroica a la que le tocó reconstruir el país sobre los cascotes de la Guerra Civil, empresa tanto más ejemplar si encima caíste en el bando perdedor. Sus brazos levantaron una sociedad mejor y sobre sus hombros nos aupamos las siguientes generaciones para gozar de un bienestar desconocido.

Como otros jóvenes de su pueblo, Langre, en el corazón minero del Bierzo, emigró apenas estrenada la mayoría de edad y buscó en Galicia otros horizontes de esperanza. Su carácter emprendedor, generoso, exigente, con una pizca de coña marinera y leal sin fisuras le granjeó pronto la complicidad de la gente y de cuantos trabajaron con él durante medio siglo. Su vida ensanchó la nuestra y por él descubrimos el valor de la tolerancia, el amor a la familia (su esposa Maruja, sus hijos María y Tito, y sus cuatro nietos) y la fe en nosotros mismos. Supo querer y por eso todos le quisimos. Esta tarde veré pasar otra vez la Máquina Blanca.