Uno de los aspectos más dolorosos y aterradores del coronavirus es el muro que levanta entre los pacientes graves y sus familias. El altísimo poder de propagación que tiene el Covid-19 ha llevado a las autoridades a adoptar medidas excepcionales de aislamiento, que llegan incluso al momento de despedir al fallecido.

El lunes, un hombre de 76 años, vecino de Vilariño (Cambados), se convirtió en la primera víctima mortal del virus de entre las personas ingresadas en el Hospital do Salnés. Falleció en torno a las siete de la mañana, y apenas cuatro horas después ya le habían enterrado en el cementerio parroquial.

No hubo misa de funeral, y los tres parientes del difunto que estaban allí para despedirle, ni siquiera pudieron bajar hasta el cementerio con los trabajadores de la funeraria, al tratarse de una muerte por Covid-19. Lo único que pudo considerarse normal del sepelio fueron los tañidos de campana, que anunciaban la muerte de un vecino en la parroquia.

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La despedida del difunto es una parte fundamental del rito de la muerte en todas las civilizaciones, y una fase muy importante para ayudar a sobrellevar el dolor y a afrontar el duelo. Pero el coronavirus ha trastocado totalmente esta realidad. El párroco de Vilariño, Jesús González, afirma que desde que se decretó el estado de alarma, "ya murieron tres personas, y no se pudo hacer misa por ninguna". La familia del primer difunto sí pudo velarlo en el tanatorio, pero incluso eso terminó prohibiéndose. "Las misas de funeral se harán después, cuando se pueda", prosigue.

El sacerdote incide en que, "es una situación muy dura", pero que no queda más remedio que mantener las distancias sociales para intentar contener el avance del virus. Él ni siquiera pudo estar personalmente con la familia del fallecido, muchos de cuyos miembros permanecen ahora en cuarentena. "Hablé con ellos por teléfono". La partida de defunción se la entregó el personal de la funeraria, "por la ventana".

Los psicólogos inciden en que en muchos casos, las familias de víctimas del coronavirus pueden llegar a sentirse como aquellos que pierden a un ser querido de forma repentina, en un accidente o por una enfermedad súbita. Pero con el agravante de que apenas hay posibilidad de despedida, por las severas restricciones de acceso en los hospitales y porque tras el óbito todo sucede en cuestión de horas: el cadáver es incinerado y recibe sepultura sin ceremonia, y con la única compañía de un grupo reducidísimo de allegados.

Cuando el lunes por la mañana algunos familiares o vecinos muy cercanos al hombre de Vilariño se enteraron de había muerto sobre las 7.00, solo unas pocas horas antes, él ya estaba enterrado.