"Hoy es un día normal, siempre fuimos muy fareros y no echamos nada en falta; si hasta soñábamos con fondear frente a las Cíes y disfrutar de ese espacio todo el tiempo posible", exclama Sesé Otero que junto a su pareja Jacobo Costas y su hijo Xaime viven la cuarentena del Covid-19 en su barco de vapor, el Hidria II, varado en el muelle de O Grove desde 2016.

La familia decidió convertir este barco clásico en su hogar, pues también era su proyecto de vida, una ilusión en la que empeñaron todos sus ahorros, pero que recibió escaso apoyo de las administraciones pese a la romántica idea de recuperar el último barco clásico de vapor de España.

"Esta Semana Santa haré lo de siempre: dar un paseo con el perro y hablar con otros dueños de mascotas; ir al súper y conversar un rato con la cajera; volver para hacer la comida y por la tarde me tomo un té", explica de corrido.

Y en el buque, "Jacobo sigue trabajando 15 horas al día mientras yo me peleo con Xaime, de 13 años, para que estudie, pues nuestra hija cursa en Santiago el bachiller de Artes y ya es muy independiente".

Es Sesé Otero quien lleva la voz cantante en este hogar flotante desde el que infunde optimismo a raudales, quizás porque antes casi lo ha perdido todo. "Vivimos al día con una pequeña paga y cuando era posible se sumaban los ingresos de Jacobo por trabajos como carpintero de ribera". Aún así, tienen la ilusión de poder sacar su barco y llevarlo al nuevo puerto. "Estábamos preparándonos para contratar un remolcador e ir a Vigo donde tenemos amarre y pantalán desde mayo de 2018, pero Capitanía Marítima paralizó los trámites y seguiremos esperando", para enseguida enfatizar: "No pasa nada, en un mes volveremos a la normalidad".

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Y entretanto, Jacobo sigue sus labores de mantenimiento del espectacular barco de madera, tapado en parte con unas lonas que preservan las labores de restauración. "Este tipo de barcos son como un puzzle, al que hay que cambiarle piezas a cada momento, pero que no cambiaríamos por nada", explica la avezada marinera.

Es en ese momento cuando, preguntada por el desolador ambiente de O Grove en Semana Santa, vuelve a sentirse como pez en el agua. "Esto lo esperábamos todos, sabemos hace semanas que no iba a venir gente en vacaciones. A mi no me sorprende ni me afecta pues hace ya dos años que no tenemos relación con el mundo del turismo". "Les afecta a aquellos que están enfrente -por los dueños de hoteles y restaurantes--, porque vivían con la esperanza de una buena campaña de Semana Santa, como a los vecinos que salían a diario por O Grove y ahora no pueden hacerlo, pero a nosotros la pandemia no hace cambiar la rutina", razona.

Reconoce que tras el decreto tuvo cierta preocupación por la despensa y que dudó sobre comprar lo necesario cada día o acaparar productos. "Al final opté por la sensatez y solo voy a la tienda cuando necesito, de hecho cuando hubo la psicosis del papel higiénico, en el barco aún quedaban cuatro rollos".

En plena conversación un marinero amigo les acercó una bolsa con pescado fresco. "Uhmm, exclamó, unos chocos y raya, ¿o serán lenguados?". Lo que si tiene claro es que en la mesa habrá un manjar que a los tres de la familia les hará olvidar la monotonía del farero, hasta que llegue el día en que el Hidria vuelva a surcar la rías.