José Antonio Souto Míguez es el cura párroco de San Lourenzo de Nogueira, en Meis, pero atiende también las feligresías de San Vicente, San Tomé, San Salvador y Barrantes, esta última en Ribadumia. A punto de cumplir los 80 años, es el arcipreste de Ribadumia, y en plena crisis del coronavirus sigue oficiando una misa diaria en San Lourenzo. Pero lo hace a puerta cerrada, sin feligreses, en compañía de su hermana. "Sigo oficiando misa por devoción. Siento la necesidad de hacerlo. Allí rezo por mis feligreses y por el fin de esta situación". Ayer tenía que ser para él un día de fiesta, puesto en la capilla de O Mosteiro se honra todos los 21 de marzo al San Benito "de inverno". Pero este año no ha podido ser. Aunque el Gobierno sí permite el culto, tomando unas medidas claras de distanciamiento social, los obispos han recomendado suspender las misas. Algunos sacerdotes aún las hacen, pero a puerta cerrada o solo con un puñado minúsculo de fieles. Otros ofician la misa en sus propias casas, acompañados de su familia. Los más jóvenes, las transmiten por internet.

-Uno de los aspectos más terribles del coronavirus es que condena a muchas personas a morir en soledad. ¿Cómo afrontan los cristianos la posibilidad de fallecer sin poder confesar?

-Los sacerdotes no quedaríamos tranquilos si negásemos la unción a los enfermos por miedo. Nuestra vocación nos impide quedar en casa, como le sucede a los sanitarios. Lógicamente, tomaremos todas las precauciones necesarias para evitar los contagios, pero seguiremos acudiendo a las casas cuando nos llamen. En los hospitales, es el capellán quien puede dar la unción a los enfermos. Además, en estas circunstancias, el Papa ha concedido una gracia especial, para que los penitentes tengan una absolución general tras una confesión a distancia, con la obligación de confesar individualmente cuando cambien las circunstancias.

-¿Cómo han tomado los feligreses la suspensión de las misas?

-Tan pronto como les avisé de que no habría más misas, recibí muchas felicitaciones. La gente entendió que no podemos arriesgarnos.

-San Benito es un santo muy querido en O Salnés. ¿Ha dolido mucho la suspensión de todos los actos?

-No, no ha habido ningún problema. Nos queda el San Benito de verano, y ya tendremos tiempo de disfrutarlo. En este tiempo ya tuve un entierro. Fuimos directamente al cementerio y la familia lo comprendió perfectamente, no puso ningún reparo. Quiero decir con esto que la gente está concienciada de que no podemos correr riesgos.

-La mayoría de los sacerdotes son personas en riesgo, debido a su edad. ¿Cómo están afrontando esta crisis?

-Yo, personalmente, me siento tranquilo. No deseo morir y si Dios quiere el día 30 de este mes haré 80 años. Yo al Señor lo que le pido es que cuando llegue el momento sepa despedirme, sea cuando sea. Hablo todos los días con bastantes sacerdotes, y puedo decir que no estamos angustiados. Ningún sacerdote va a negarle la unión a un enfermo por miedo al coronavirus, si se lo solicitan.

-En estos momentos en los que todo parece tambalearse, ¿qué transmite la Iglesia a sus fieles?

-La Iglesia transmite esperanza. La Resurrección de Jesucristo nos anima a esperar en la misericordia de Dios. Y la misericordia de Dios no tiene límites, pero tampoco sale barata, porque pide nuestro arrepentimiento. Esto pasará, y los que no lo pasen deben confiar en la misericordia de Dios. Yo ya llevo 52 años predicando la Resurrección de Jesús, y no me cansaré de hacerlo. El cristiano tiene la fortuna de poder rezar con la seguridad de que va a ser escuchado. Dios nunca es indiferente a la situación de nadie, escucha siempre.

- ¿Qué nos puede enseñar esta crisis como seres humanos?

-Habrá un antes y un después. Esto nos ha hecho pensar a todos. Esta generación renunció a algo, quizás sin mala voluntad. El cardenal Robert Sarah escribió en su libro "Dios o nada" que la técnica ha proporcionado al ser humano la sensación de ser el amo del mundo, y que hoy en día el hombre puede construir las obras más hermosas, pero que sin Dios serán como castillos en la arena. Como creyente, tengo la seguridad de que la fe cristiana es indispensable para que el ser humano sea feliz con todos. Esa forma de ser se pierde si no tenemos la referencia de lo que tenemos que hacer.

-Ha dicho que la presente generación ha renunciado a algo. ¿A qué se refiere?

-Me da la sensación de que la sociedad actual se siente a gusto sin Dios. Las referencias que tenemos ahora son trabajar, comer y divertirse, y eso nos hace perder los valores. Estos días estamos viendo señales de gran solidaridad: gente que canta en los balcones, familiares que hacía tiempo que no se hablaban y que vuelven a hacerlo, muestras de agradecimiento hacia los sanitarios o los transportistas? En solo una semana, las personas se han dado cuenta de que todos dependemos de todos, porque hasta ahora la gente vivía sin darse cuenta de eso. La gente, en estos momentos, descubre sus limitaciones como ser humano. Es increíble, pero ni siquiera todos los médicos y sabios del mundo son capaces de vencer a un ser tan pequeño que ni se ve. Mucha otra gente ha descubierto ahora el valor de la familia.

-Alude a cambios personales y sociales aparentemente muy positivos propiciados por esta crisis. ¿Puede llegar a considerarse desde la perspectiva de un creyente católico que la pandemia fue enviada por Dios precisamente para propiciar esos cambios?

-No, eso lo descarto, Dios no quiere castigarnos. Pero del mismo modo que un padre pide a su hijo que no toque la llama de una vela, porque se quemará, pero no puede evitar que el niño la toque si no le hace caso o no le ha comprendido, Dios no quiere nunca entorpecer o limitar nuestra libertad. El ser humano comete errores, y fruto de esos errores son situaciones como esta. El ser humano tiene por naturaleza la inclinación de llegar más lejos, pero eso tiene sus riesgos. Tal vez la Torre de Babel no sea un invento, y el ser humano haya querido conquistar más de lo que le pertenece.

-¿Pecó Occidente de soberbia?

-Vivimos en un mundo que no es sensible al sufrimiento de millones de personas, que están muriendo de hambre. Esto puede ser una buena ocasión para sentarnos a la mesa y darnos cuenta de que hay millones de personas que viven en una pandemia permanente, desde que nacen hasta que mueren. Ahora que se despertado esta ola de solidaridad, ojalá nos demos cuenta de que es una vergüenza que a día de hoy sigan muriendo seres humanos de hambre.

-¿Qué santos son protectores en caso de epidemias?

-San Roque es uno de ellos. Hay muchísimos pueblos y parroquias que están bajo su protección. Vivió en una época en la que hubo en Europa una peste tremenda, que curiosamente también tuvo su epicentro en Italia. Y San Roque se dedicó a ayudar a los enfermos, hasta el extremo de que él mismo se contagió. También se le reza a San Sebastián, a San Lázaro, a San Quirino. Y a San Antonio Abad, que además de ser protector de los animales lo es de los afectados por enfermedades infecciosas.