-¿Será esta crisis un punto de inflexión en algo?

-Esta crisis cambiará el mundo. Pero esperemos que no de la misma manera que lo hizo la de 2008. Lo que hizo la pasada crisis económica fue reforzar el sistema capitalista, de modo que los que más tenían, se enriquecieron más a costa de las clases populares. Espero que no suceda eso. Lo inmediato ahora es resolver el componente sanitario de la crisis. Y una vez lo consigamos habrá que tomar medidas legislativas, económicas y sociales, aunque baje el Producto Interior Bruto (PIB). Uno de los sectores en los que más se recortó durante la crisis, que más se privatizó, fue el sanitario, y ahora vemos las consecuencias.

-¿Podrían ser válidas las recetas económicas que se aplicaron tras la recesión de 2008?

-Esto hay que combatirlo con todo lo contrario a la austeridad, como se hicieron las grandes reconstrucciones después de las guerras. Ya vimos el desastre al que se vio abocada Grecia por culpa de la austeridad, mientras que Portugal salió del rescate sin la necesidad de atentar contra los servicios básicos, como la sanidad o la educación. Si ahora, a las primeras de cambio, cada país entona el sálvese quien pueda, esto no será Europa, será un gallinero.

-El virus se propaga a toda velocidad porque vivimos en un mundo globalizado y con una enorme movilidad. ¿Vamos camino de una nueva era de fronteras?

-Eso es un movimiento pendular frente a la globalización. Los populismos nacieron primero en los países de Europa del Este, y ahora incluso en los Estados socialmente más avanzados han surgido grupos de extrema derecha. Pero en España nadie discute la pertenencia a Europa. Lo que se discute es la gobernanza de Europa, el hecho de que las decisiones se tomen en las comisiones y no en el Parlamento. Puede que se controle más a partir de ahora, pero me parecería absurdo cuestionar avances como el espacio Schengen.

El coronavirus no está poniendo a prueba a España. Ni siquiera a Europa. El SARS-Cov-2 se ha convertido en la mayor amenaza para el bienestar de toda la civilización occidental. La lucha contra el virus ha obligado a los gobiernos a adoptar medidas que solo se conocían de periodos bélicos, y de una extraordinaria dureza para sociedades acostumbradas al ocio y a pasar una gran parte del día en la calle, como son las del sur de Europa. La extraordinaria capacidad de contagio del virus ha provocado cambios profundos a nivel social. ¿Serán únicamente transitorios o asistimos al comienzo de una nueva era social? El sociólogo Daniel Pino Vicente (Tomiño, 1943), afincado en Vilaxoán desde hace años, es optimista. Los conciertos en los balcones y los aplausos a los sanitarios son, en su opinión, un síntoma de que la sociedad que venza al coronavirus será más solidaria y comprometida, al menos en los momentos iniciales. De los gobiernos, lo que espera es que en esta ocasión no se arrodillen de nuevo ante el gran capital.

-¿Se produjeron alguna vez en la historia de Europa confinamientos masivos de esta envergadura?

-En modo alguno, salvo en periodos de guerra. Los relatos de las dos guerras mundiales son realmente escalofriantes, no solo por el número de muertos sino también por las graves carencias de energía y de productos de primera necesidad que sufrió la población. Pero, fuera de las guerras, no hubo estos confinamientos nunca, ni siquiera durante las grandes pestes medievales ni las epidemias de gripe de principios del siglo XX. Esto es nuevo. Lo extremadamente contagiosa que es esta enfermedad introduce cambios a nivel social.

-¿Cómo se está comportando la sociedad española ante este escenario de aislamiento social?

-En general, la sociedad está actuando bien. A través de los medios de comunicación percibimos un comportamiento solidario y tranquilo.

-¿Será más solidaria la sociedad que venza al virus?

-Eso sucederá en el momento en el que estemos venciendo la crisis, lo que suceda después no lo sabemos, sería adivinación. Yo desearía que fuese así, pero la memoria colectiva es frágil, y a menudo solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Pero durante un tiempo sí, esta solidaridad quedará. Y los gobiernos tienen que explotar esa ola de solidaridad, porque mientras exista siempre será más fácil tomar medidas políticas positivas.

-¿Cambiará nuestra percepción sobre los afectos y las relaciones interpersonales?

-Lo peor del mundo también puede tener aspectos positivos. En las grandes ciudades, las personas vivían muy alejadas las unas de las otras. Gente que pasaba todo su tiempo frente al televisor o que incluso come con el móvil ahora se estará replanteando cosas sobre sus relaciones humanas. Hay algo muy importante en estas manifestaciones de aplausos desde las ventanas y de gente tocando en los balcones. Tenemos que darnos cuenta de que la sociedad somos todos y que tenemos que relacionarnos los unos con los otros. El mundo va a cambiar, no sé en que medida, pero va a cambiar, y las relaciones sociales también.

-¿Han venido para quedarse las líneas rojas en las farmacias y las cuerdas de separación entre el público y los mostradores públicos?

-No, ni creo que sean necesarias. Hay pautas elementales de higiene que es importante conservar, pero también es importante dar besos y abrazos. Ahora no podemos hacerlo, porque nadie sabe si está contagiado, pero pasado esto volveremos a hacerlo.

-¿Ha hecho el Gobierno una comunicación adecuada durante los instantes previos de la crisis y una vez decretó el estado de alarma?

-Ha cometido errores, pero en general la comunicación por parte del poder político puede aprobarse o, si acaso, llegar al notable. Nos están diciendo con crudeza todo lo que está pasando. A este Gobierno puede reprochársele que tardase en la adopción de determinadas medidas, pero una vez las adoptó, lo hizo con valentía.