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La fe de los buenos paladares

La veneración a San Amaro en Vilanova también volvió a citar a los estómagos con su ración de callos como cada 15 de enero

Los bares fueron el lugar donde todos se citaron con su correspondiente tapa de callos. // Noé Parga

San Amaro, como cada 15 de enero, volvió a ser el culpable de que muchos echaran por tierra su propósito de guardar la línea después de la Navidad. Los callos consiguieron vencer muchas voluntades, pero todo aquel que ayer hizo parada en Vilanova lo tuvo prácticamente imposible para resistirse a la tentación.

Costaría encontrar ayer una cocina en todo el término municipal que no tuviese una olla con callos al fuego. El número de garbanzos, chorizos y carnes varias que ayer se consumió en Vilanova podría entrar con sólidos argumentos en el libro de los récords.

Bien es cierto que no se pueden pasar por alto los tradicionales oficios religiosos de la fecha en la que se honra al conocido como abogado del reuma, precisamente la enfermedad que acabó con su vida en el siglo VI. Tampoco faltaron las poxas e incluso hubo un concierto de Arosa Bay en el que la música popular acaparó el protagonismo en la iglesia de A Pastoriza. Pero fue en los bares y en las tabernas donde el poder de atracción adquirió otro significado.

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La fe de los buenos paladares

Incluso fueron muchas las personas que se desplazaron desde ayuntamientos limítrofes para dar rendida cuenta de una elaboración que en Vilanova cada 15 de enero se convierte en un homenaje a las calorías en tiempos de frío.

Tampoco faltaron los críticos y entendidos en una fecha tal. Y es que los hay que recorren varios bares hasta elaborar su propio criterio de cuales merecerían un posible primer premio. Aquellos que apuestan más por el calor del hogar también acercaron sus tarteras a algunos de los lugares para llevarse sus propias raciones para compartir en familia.

Lo que volvió a quedar indiscutiblemente claro es el poder de atracción de los callos. Las mesas de cada uno de los bares mostraba más tráfico del habitual e incluso nadie ponía reparos a la barra para buscar acomodo a la hora de degustar cada tapa.

Y todo en honor a un monje benedictino italiano que fundó el monasterio de Glavefil del que fue abad hasta su muerte, ocurrida el 15 de enero de 584 ante el altar en medio de fuertes dolores reumáticos. La devoción por él en Vilanova surgió gracias a la existencia de un monasterio benedictino en la zona.

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