En abril de 1986, el infierno llegó a Novozybkov. Esta ciudad rusa de 40.000 habitantes fue regada por la lluvia radiactiva de Chernóbil, y quienes se quedaron en la ciudad siguen padeciendo hoy, más de 30 años después, las consecuencias de aquella catástrofe. La tierra aún está contaminada, y la mayoría de sus habitantes se muere antes de los 55 años.

Arsenii es un niño de 12 años que vive en Novozybkov, y que desde hace dos pasa los veranos en Vilagarcía. Lo hace gracias a la asociación Ledicia Cativa y a la familia del matrimonio Antonio Álvarez e Isabel García y a la hija de ambos, Beatriz Álvarez García, que participan desde 2017 en el programa de acogimiento estival de niños procedentes de regiones próximas a Chernóbil.

La miniserie de HBO ha puesto de actualidad el primer holocausto nuclear accidental de la historia de Occidente. Beatriz Álvarez vio los tres primeros capítulos, y afirma que le parecieron "bastante reales". "Rusia, como Estados Unidos o España, esconden muchas miserias. La gestión de Chernóbil fue una chapuza enorme", afirma esta patrona mayor de cabotaje que desde 2017 se ha convertido en la madre de acogida de Arsenii.

Leche en polvo

Novozybkov está a menos de 180 kilómetros de Chernóbil, y aunque según las autoridades rusas la ciudad ya está limpia, en Ledicia Cativa están convencidos de lo contrario. La vida allí es muy dura en todos los aspectos.

Los habitantes de Novozybkov apenas saben lo que es comer alimentos frescos. La carne que reciben es picada, y la práctica totalidad del pescado que llega a sus mesas es en conserva. No tienen leche fresca, y la toman en polvo. Los índices de tumores y de enfermedades respiratorias son elevadísimos, y la esperanza de vida, de las más bajas de la Europa continental. Los más pudientes, o que tenían familiares en otras regiones más alejadas de la pesadilla de Chernóbil huyeron de allí hace muchos años. Pero a la mayoría no les quedó más remedio que quedarse.

Arsenii y los algo más de 60 niños que pasarán el próximo verano en Galicia gracias a la asociación Ledicia Cativa viven diez meses al año en una sociedad enferma por culpa de la radiación, pero infectada también por el alcohol, el machismo y la falta de oportunidades laborales.

El programa de Ledicia Cativa gracias al cual viajan a Galicia se llama "Sonrisas para los niños de Chernóbil", pero en realidad es mucho más que eso. "No son unas vacaciones, sino una auténtica cura de salud", cuenta la vilagarciana Beatriz Álvarez. El propio Arsenii ganó el año pasado cinco kilos tras su estancia en Vilagarcía.

"En Ledicia Cativa nos han dicho que por cada dos meses que pasan aquí en Galicia, su expectativa de vida puede aumentar dos años", explica Álvarez. Esto se debe por un lado a la alimentación que le ofrecen sus familias de acogida, a rebosar de verduras y pescado fresco, pero también al aire limpio y al yodo del mar. "La radiación afecta mucho a la tiroides, y el yodo del mar les ayuda a reducir la radioactividad acumulada". El aire limpio ayuda a los que padecen de patologías respiratorias, como el propio Arsenii.

El día que aprendió a nadar

Arsenii nunca había visto el mar antes de llegar a Galicia, y al principio le tenía miedo. Pero Beatriz Álvarez sabía lo importante que sería para él, y le compró un tubo de espuma para flotar, y unas gafas de buceo. Las primeras tardes fueron a O Terrón y As Sinas, dos arenales de Vilanova conocidos por sus aguas tranquilas. El niño aprendió pronto, y su madre de acogida cuenta que "se pasaba horas flotando boca abajo, mirando los peces".

El verano pasado, Beatriz Álvarez cogió de la mano a Arsenii y le enseñó a sortear las olas de la playa de A Lanzada. "Le gusta todo, pero el mar le encanta, quizás sea lo que más".

Idiomas

Para Beatriz Álvarez, la estancia de los niños en Galicia no solo les reporta una mejoría física, sino que también les abre las miras, al encontrarse con otra cultura, con otro sistema de valores. "Algo que les choca es que aquí dos chicos o dos chicas puedan salir juntos", cuenta.

Poco a poco, además, se familiarizan con el idioma castellano, y eso les abre puertas de futuro, hasta el extremo de que algunos regresan a estudiar en Galicia cuando se hacen mayores de edad.

Para esta vilagarciana, el claustrofóbico ambiente que retrata la serie de HBO fue real, y sus consecuencias siguen notándolas millones de personas. Pero en Galicia, un puñado de familias ha logrado con su esfuerzo y su cariño que muchos niños disfruten de un respiro durante dos meses al año.