La masacre de Sri Lanka, con dos gallegos fallecidos y un número de víctimas que sigue en aumento con el paso de las horas, también ha arrojado supervivientes que vivieron in situ los momentos de pánico originados a raíz de la primera explosión. Una de ellas es Vanessa Rivas Fervenza, quien estaba en el país asiático en el momento que se registraron los atentados cuya autoría ha sido reivindicada por el Estado Islámico.

A sus 43 años, Vanessa Rivas vivió la experiencia más traumática de su vida en el último día de "unas vacaciones espectaculares en el país asiático". Como ella mismo reconoce, "el plan era aprovechar las últimas horas para hacer compras y descansar después de mucho ajetreo durante diez días, pero pronto empezó a hacerse demasiado evidente que algo grave estaba sucediendo".

Profesora de Educación Física en el IES María Soliño de Cangas y alumna del ciclo de baloncesto en el IES Fermín Bouza Brey de Vilagarcía, eligió su destino vacacional prácticamente sobre la bocina. "Sinceramente fui a la agencia y busqué un viaje para esos días y era casi lo único que me gustaba de lo que me ofrecían para diez días". Así optó Vanessa Rivas por Sri Lanka para invertir su tiempo de ocio en un viaje que emprendió en solitario y que terminó disfrutando con cuatro chicas catalanas con las que compartió rutas, itinerarios y también las largas horas de incertidumbre en el antes y el después de su llegada al aeropuerto internacional de Bandaranaike, en la ciudad de Colombo, capital del país.

El primer gran momento de tensión se inició en el hotel. El ir y venir de gente empezó a levantar sospechas desde primera hora de la mañana. "Al principio no había información. Apenas nos llegaban noticias, pero pronto nos dimos cuenta de que algo gordo se estaba cociendo. Nuestro guía nos dijo que estaban atacando hoteles con bombas y nos entró el pánico. Además habíamos estado en algún hotel de la cadena Cinnamon Grand, pero no en el que sufrió el atentado. Nos entraron las dudas de si quedarnos en el hotel o irnos al aeropuerto porque también entendíamos que si habían atacado hoteles era porque los turistas eran su objetivo y en el aeropuerto también nos convertiríamos en un blanco fácil".

Después de momentos de duda, el aeropuerto se convirtió en el destino elegido. El vuelo de vuelta, con escala en Doha, estaba fijado para bien entrada la madrugada. La intención no era otra que pasar las horas que fueran necesarias allí, donde seguro habría fuerzas de seguridad y con la intención de poder embarcar cuanto antes para abandonar el país.

Un enorme caos

Acompañadas del conductor y el guía, las cinco españolas comprobaron nada más salir a la carretera que su idea de refugiarse en el aeropuerto era la misma que miles de personas. Las interminables colas en los accesos se extendían por kilómetros. "Era un enorme caos. La aglomeración de gente asustaba aún más. Eran momentos de nerviosismo, de colapso. Estuvimos hora y pico parados en el coche porque no había forma de moverse", relata Vanessa Rivas.

La escena que allí vivían era de absoluta preocupación, "la carretera estaba llena de controles. Había perros y brigadas de antiexplosivos. No se podía avanzar nada". Fue entonces cuando las cinco españolas tomaron una determinación movidas por la ansiedad que le estaba generando la situación, "decidimos hacer andando el resto del trayecto hasta el aeropuerto. Queríamos llegar como fuera. Fueron como cuarenta minutos caminando y al llegar allí estábamos centenares de personas amontonadas a cuarenta grados intentando acceder al interior del aeropuerto".

La presencia de militares tampoco era una cuestión que ayudase a controlar la preocupación generalizada. Vanessa reconoce que "mucha parte de los soldados que allí había eran muy jóvenes. Casi adolescentes. Todo era un poco caótico y lo poco que íbamos sabiendo apenas invitaba a la tranquilidad. La tensión era brutal".

El devenir de los acontecimientos tampoco era lo más ideal para calmar la preocupación. Las doce horas que pasaron en el aeropuerto de Colombo empezaron de manera abrupta. La moañesa describe que "estábamos en una sala pequeña, prácticamente hacinados. Luego nos desalojaron y nos metieron en otra sala aún más pequeña después de otro control. Estuvimos allí un par de horas con una calma chicha muy inquietante. Había cientos de personas fuera y en la sala pequeñita estábamos solo unos pocos de todos los que había en ese momento en el aeropuerto".

Los movimientos de militares en la zona llamaban incluso la atención. "Se notaba que no había muchos medios. Veíamos a alguno con chaleco antiexplosivos, pero todo parecía demasiado artesanal". Recuerda también Vanessa Rivas que "incluso hubo un momento que se escuchó un estruendo. Fue a partir de entonces cuando empezaron a entrar en el aeropuerto pilotos y azafatas y todo empezó a parecer más normal. El problema es que en todo el aeropuerto no había máquinas de comida ni de bebida alguna, lo que alargó la espera".

El blindaje en Bandaranaike era absoluto, "solo podía entrar la gente que tuviese billete. Además tampoco cambiaban ningún billete una vez dentro. Era imposible cambiar vuelos. Afortunadamente nuestro avión salió en hora, pero en Doha nos dijeron que todos los vuelos a Colombo estaban acumulando horas de retraso". Incluso se produjo una situación que todavía enturbió más la situación con el olvido de una maleta, "todos sabíamos que había sido un despiste, pero ver una maleta sola en medio del aeropuerto no ayudaba a controlar el pánico precisamente. A los 15 minutos y no tras poco movimiento apareció el dueño de la maleta y todo se normalizó".