Hace un par de años María González Vicente, de 32 años y natural de Pontecesures, y Alberto Chaves Gómez, nacido en Rianxo hace 31, decidieron empezar una vida juntos. Las "mariposas en el estómago" que sentían y las golondrinas que se tatuaron eran prueba de su amor, al igual que compartir vivienda en la villa pontecesureña, donde hicieron planes de futuro juntos.

A él se le brindó una oportunidad profesional casi irrechazable, la de irse a trabajar a India. Su padre fue uno de los que más lo animaron, y esto es algo que ahora no se perdona. Cree que si no lo hubiera hecho, si no hubiera alentado a su hijo a prosperar laboral y económicamente, quizás ahora estaría vivo.

Pero nadie, salvo los terroristas que quitaron la vida a esta joven pareja, tiene la culpa de lo sucedido. Y mucho menos unos padres, los de él y los de ella, que solo querían lo mejor para esos dos chicos de los que se sienten orgullosos y de los que todos hablan auténticas maravillas. Tanto es así que nada de lo que dicen sus vecinos, familiares y amigos suena a tópico o a protocolario. Todo suena a verdad e incluso a admiración por dos chicos que se habían abierto camino por méritos propios.

Así lo recordaban muchos de los que ayer participaron en las concentraciones y minutos de silencio celebrados tanto en Rianxo como en Pontecesures. Incluso la factoría de Nestlé, donde trabaja la madre de la chica, paró máquinas para que sus trabajadores pudieran asistir a este emotivo acto de repulsa frente al terrorismo, recuerdo de las víctimas y apoyo a las familias.

Entre la tensión y el inconsolable llanto de los familiares que sacaron fuerzas para asistir a estas citas eran muchos los que recordaban la historia de amor de estos dos chicos que decidieron verse en Sri Lanka aprovechando las vacaciones de Semana Santa.

Fueron muchos los que elogiaron a esa pareja que había decidido superar la distancia que los separaba desde que él se fue a trabajar a India, pero que encontraron la muerte cuando desayunaban tranquilamente en el hotel antes de iniciar una ruta turística que, a buen seguro, iba a unirlos más que nunca.

Cuando se pregunta cómo eran, todos responden que "buena gente", que "se querían" o que "no merecían algo tan terrible"."Una gran mujer"

"María era una chica muy divertida, habladora y trabajadora", explica Belén, una pontecesureña que la conoce desde hace tiempo. Guillermo, que también se presenta como su amigo, y Pepe, uno de sus primos, prefieren recordarla como "una gran mujer, con muchos planes de futuro y enormes ganas de vivir".

Guillermo Somoza es el dueño del bar O Portugués, situado justo frente a la casa de los padres de Alberto Chaves, a quien conocía desde niño. Roto por el dolor, como todos los vecinos de este pequeño lugar de Rial y la parroquia rianxeira de Leiro, acertaba a explicar que el joven asesinado en Sri Lanka "era buena persona; un chaval simpático, educado, agradable y hablador que siempre que venía a ver a sus padres pasaba por el bar y estaba con sus amigos". De hecho la víctima se crió con su hijo. "Siempre se llevaron bien y jugaron juntos desde pequeños", rememora.

"Berto" nació en este lugar de Leiro y se fue a vivir a Pontecesures siendo aún niño -de donde era natural su padre-, mientras construían la vivienda actual en Rial. "Después volvieron y hace un par de años se fue a vivir de nuevo a Pontecesures, pero esta vez con su novia María, que también venía por aquí cuando visitaban a la familia", relataba el tabernero antes de confirmar algo que se palpaba en el ambiente y se apreciaba en la cara de cada vecino: "La gente de la aldea está destrozada".

Uno de ellos es José Alcalde Varela, un hombre que apenas podía contener las lágrimas cuando explicaba que "Alberto era vecino de aquí de toda la vida; un chaval muy educado y trabajador al que vi por última vez hace tres o cuatro meses".

Llegó a explicar que Alberto, quien llegó a trabajar de camarero en Rianxo para ayudar a la familia a costear sus estudios, "fue como un hijo para mí; un chico fuera de serie que siempre hablaba con la gente y muy bien educado, al igual que lo son sus padres, que también son buenas personas".

Al hablar de ellos, de los progenitores, José Alcalde señalaba que "están totalmente destrozados, encerrados en casa y deseando que les traigan a su hijo cuanto antes; Dios quiera que mañana mismo".

No le faltaba razón, porque Manuel Chaves, el padre del chico muerto en Sri Lanka, apenas podía articular palabra. Recibió a FARO en la puerta de su casa. Entre lágrimas, con los ojos rojos e hinchados y sujetando un pañuelo en su mano derecha, se limitó a sugerir que no quería, o no podía, decir nada.

Frente a la vivienda reside también Jesusa, una septuagenaria que explicaba minutos antes: "No abren la puerta a nadie, salvo a los familiares que vienen a verlos, porque están destrozados".

También conocía a Alberto Chaves desde niño, como todos sus vecinos, y recuerda que ahora, "siendo ya un hombre, venía a veces al bar con su padre, jugaban la partida y hablaban con todo el mundo; aquí nos conocemos todos, pero ahora está la puerta cerrada a cal y canto porque esto que le pasó a él y a su novia es una desgracia".