Luciano Amoedo Rodiño es el último heredero de José Rodiño Oubiña, el humilde labrador que en 1953 inauguró el palmarés de la Festa do Albariño, al imponerse por sorpresa en la cata-concurso que el abogado Bernardino Quintanilla y el hacendado Ernesto Zárate habían organizado para ver quién de los dos producía el mejor vino. Hoy, Amoedo Rodiño proclama con orgullo su estirpe. "Soy de los Rodiños de Carballás".

La Festa do Albariño de Cambados ha sido declarada esta semana como de Interés Turístico Internacional. Esto supone el mayor rango posible para un evento de este tipo, y un éxito con el que ni Quintanilla, ni Zárate ni Rodiño habrán soñado jamás. Un reconocimiento que llega recién terminada la edición 66, pero que invita a recordar los orígenes de la celebración.

El enólogo y viticultor Luciano Amoedo es sobrino nieto de José Rodiño, y recuerda de él que "era muy famoso en todo Cambados porque hacía muy buenos vinos y cañas". Vestido siempre con chaqueta, y cubriéndose la cabeza con una boina, como en la imagen que ha quedado de él para la historia, guiando un carro de vacas en la plaza de Fefiñáns, le gustaba mucho el ambiente de las tabernas de Cambados. Vivía en Carballás, no lejos del palacio, y tenía allí mismo el viñedo.

Para Amoedo, que está considerado hoy como uno de los grandes enólogos gallegos, las bazas de Rodiño para dejar de piedra a rivales mucho más adinerados que él pudieron ser, de una parte, sus conocimientos y buen hacer, y, por otro lado, la finca de Carballás.

"Está es un sitio muy soleado. La viña recibe mucho sol y está bien ventilada, por lo que no necesita muchos tratamientos", explica Amoedo. "La tierra es pobre, muy arenosa, con poca materia orgánica. Es un lugar muy adecuado para la maduración del vino", añade.

Rodiño ya nunca volvería a ganar en el concurso de Cambados, tras la sorpresa de la primera edición, pero siguió haciendo vino. Años después, un vecino le compró una parte de la parcela, pero decidió respetar la plantación. Hoy, Luciano Amoedo, que vive como su tío abuelo en Carballás, sigue haciendo albariño con la uva de ese viejo viñedo.

"Algunas de esas cepas pueden tener unos 150 años. Pero yo no creo que la edad de las cepas sea un factor determinante para la calidad del vino. A las plantas les sucede lo mismo que a las personas. Habrá cepas centenarias que son buenas, porque su estado sanitario es bueno, y otras que están mal, porque a medida que pasa el tiempo también son más vulnerables a las enfermedades. Para mí, viejo no es sinónimo de bueno". De hecho, la edad ideal del viñedo, para él, se sitúa entre los 15 y los 25 años.

Luciano Amoedo es el continuador de una antiquísima tradición familiar, pues ocho generaciones de antepasados suyos se dedicaron a la viticultura. Él mismo terminó en el viñedo y las bodegas pese a haber estudiado Ingeniería Técnica Agrícola en Lugo. "Siempre me llamó la atención el campo", confiesa este cambadés que en los años 80, con apenas 30 años, participó en el nacimiento de la denominación de origen Rías Baixas y de la cooperativa Martín Códax.

En la actualidad, además de ocuparse de la elaboración de los vinos en Martín Códax, sigue haciendo para consumo propio y de unos pocos amigos y allegados algo de albariño con la uva de las cepas de su tío abuelo, para mantener viva esa llama de la antigua bodega de los "Rodiños de Carballás". "Para mí es un vino extraordinario. Le hago la fermentación maloláctica para bajarle la acidez, y conserva los sabores propios de esta zona, donde hay tantos frutales".

Luciano Amoedo tiene hijos, pero han escogido otros caminos profesionales. Él es ahora, por tanto, el último eslabón de una saga.