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El agua de Trubisquido que se va por el aliviadero

Un manantial que otrora brotaba de la fuente, llenaba el lavadero, hacía funcionar un molino y repartían para regadío ya ni se usa

Manantial de Trubisquido, cuya agua es potable. // Iñaki Abella

Al punto más alto del pequeño outeiro de Trubisquido se accede por dieciséis escaleras irregulares en piedra que conducen a una fuente que, desde tiempos pretéritos, es de los manantiales más preciados por los lugareños por su agua fresca y cristalina.

Los ancianos apuntan que el manantial nace en una zona de roca, de donde surge un agua potable y ligera, cuya calidad viene refrendada por las analíticas que el concello repite cada año desde hace dos décadas, que dieron siempre en ella en un resultado de "apta para el consumo", como el usuario puede observar al estar el resultado a la vista.

De la fuente, recuerdan hoy los mayores de la localidad, brotaba antes agua en cantidad mucho más abundante que hoy en día. Y es que en los últimos años la proliferación de eucaliptos, cada vez más cercanos, está mermando el caudal, tanto que se resiente en ocasiones en el mes septiembre en años de sequía prolongada, hasta el punto de secar temporalmente en esas situaciones extremas, explican los conocedores de este entorno.

El murete de contención de la fuente, en el que se han insertado tres tubos de salida de agua, presentaba en un lateral un cuidado bajorrelieve de la Falange Española, con su yugo de flechas, relacionado con el Movimiento Nacional franquista que revela la fecha en que fue construido.

Lavadero y pozo

Acto seguido el agua de esta fuente abastece el lavadero anexo, que tiene justo delante, con orientación oeste, hacia el núcleo poblacional.

Se trata de un lavadero en perpiaño, erigido a inicios de los años setenta del pasado siglo sobre otra antigua instalación terreña que existía en lugar, éste más pequeño y con orientación noroeste, y del que se conserva testimonio oral desde los años 20.

El actual lavadero, de 25,92 metros cuadrados, fue construido por el cantero Miguel Fernández, a quien encomendó la obra el concello de Meaño, presidido entonces por el alcalde Marcelino Torres, personaje éste conocido también por su labor de bodeguero, no en vano fue promotor del albariño y de la propia Denominaicón de Origen Rías Baixas.

El lavadero público dispone en la actualidad de una cubierta de uralita dispuesta sobre una estructura metálica, que alberga debajo cinco lavadoiros, y se completa delante con un pilón con capacidad para 4.694 litros, que lo convierte en el séptimo más grande por capacidad de los 36 lavaderos que se extienden a lo largo y ancho de las siete parroquias del municipio meañés, explican en fuentes del Ayuntamiento.

Delante del lavadero de Trubisquido se abre un pozo de riego de grandes dimensiones, que se abastecía del agua de la fuente además de la del lavadero por el que circulara antes.

Y es que con este pozo se regaban las fincas de unas sesenta familias, dedicadas sobre todo al cultivo de maíz, ubicadas en los barrios de Trubisquido, Os Agros y que llegaba hasta las inmediaciones de A Feira.

El vecino Olegario Muñiz, recordaba como ya desde generaciones anteriores las familias regulaban la labor de regadío, sobre todo en las épocas de verano y por tanto de más sequía: "Era un sistema de partillas -explica- donde el reparto de agua se regía por horarios de 24 horas, con lo que se sucedían turnos de día y de noche continuados", una fórmula que garantizaba el riego a todas las familias.

"Este pozo de Trubisquido -recordaba- recibía no solamente el agua de la fuente, sino de otros manantiales próximos que bajaban desde la zona de la Braña do Limoar, cerca ya de Armenteira, agua que no llega abajo ya hoy, a causa del eucalipto que pobló el monte y los secó", expone con cierta desazón este vecino de la parroquia meañesa.

"El agua de Trubisquido agregaba- era entonces -tan abundante, que en tan solo una noche llenaba el pozo, que en origen era bastante más pequeño que el actual. Luego, cuando rebosaba, caía en una zona situada más abajo de todo, y donde volvía a embalsar para que actuara a modo de un segundo pozo y ganar en capacidad", con lo que se garantizaba caudal suficiente para cubrir los servicios que precisaba la población.

Pero ambas construcciones han dejado de tener función con el paso de los años, sobre todo en el momento actual pues existe traída pública de aguas.

Y además, la gente ya no laborea en el lavadero, ni el agua del pozo se emplea para riego "porque desde hace unos 30 ó 40 años -explica Olegario Muñiz-, el cultivo del maíz fue desplazado por el viñedo que se impuso por todos los lados", y es el cultivo más extensivo a día de hoy. "La viña -agrega- no pide agua y no se riega, y aquel reglamento de partillas, que se había transmitido de forma oral de generación en generación, se acabó perdiendo para siempre, y yo ya no recuerdo el orden de los turnos", expone este vecino de Trubisquido.

El ciclo del agua, que mana de la fuente, abastece el lavadero y que a su vez llenaba el pozo, se completaba con un viejo molino dispuesto más abajo. Y es que el agua se soltaba en tromba desde el pozo, y se redirigía para abastecer el molino, ubicado en un nivel inferior, situado unos cuatro metros más bajo que en el parte alta del pozo.

De aquel antiguo molino hoy se conservan apenas sus vestigios, invadido por la maleza que disimula su presencia a pie mismo del vial de acceso que sube hacia el campo de fútbol de A Toxa. Un viejo molino que viste en verano la enredadera de la campanilla ó yedra morada -por el color de su flor- que atrapa esta construcción ruinosa por doquier.

Este viejo molino, que en tiempo pretéritos fue propiedad de la que en su día fuera pudiente familia Calviño, acabó siendo adquirido en los años 40 del siglo XX por el matrimonio Valentín Castro y Dolores Méndez, que fue legado hoy a sus herederos.

Aquella construcción, de planta rectangular y caída a una sola agua, dejó de moler en los años 60, cuando por entonces podía procesar tres ferrados de maíz al día (unos 1.800 metros cuadrados).

Como en tantas otras fuentes, el agua de Trubisquido campa libre tras de hacer un alto en el pilón del lavadero, para perderse luego, metros más abajo, y acabar en la red de aguas residuales, por lo que la mayor parte del líquido elemento está desaprovechado. Y es que la inexistencia de red de pluviales en este, como en otros puntos del municipio, lleva el agua fuentes públicas a la EDAR de Os Pasales en Dena, exigiendo un proceso inútil para unas aguas consideradas limpias y potables en origen.

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