-¿Por qué ha elegido O Grove para difundir su mensaje y tratar de concienciar a la sociedad sobre las miserias que rodean a la emigración en el continente africano?

-Porque mi querido Juan Ventura (el cura de San Vicente) fue alumno mío y nos estimamos mutuamente. Supongo que él quiso que la parroquia escuchase en directo de qué va todo esto de la inmigración y me invitó a acudir a O Grove para charlar con los vecinos.

-¿En cierto modo es una especie de despedida, no? Le queda poco en el cargo de arzobispo de Tánger.

-(Risas) Así es. El 11 de abril se cumplirán once años de mi nombramiento y por haber alcanzado los límites de edad ya he presentado mi renuncia hace más de nueve meses. Estaré allí hasta que el Santo Padre nombre a un sucesor.

-¿Y después qué? Ya tendrá ganas de regresar a casa.

-No es que quiera regresar a casa. Sé que mi trabajo es necesario y me implica mucho personalmente; no estoy deseando dejarlo. Pero ha llegado el momento, y sé que quien me suceda continuará con la misma preocupación e intensidad. No le resultará difícil porque no soy yo el responsable del trabajo que se hace en el norte de África, sino que es la Iglesia en su conjunto, por lo que se trata de una estructura que funcionará tanto conmigo como sin mí. Tras mi paso por Tánger volveré para el convento de Santiago y también seré feliz allí porque lo soy en todas partes.

-¿Y a su tierra natal? ¿Cuándo se dejará ver por Rianxo?

-Para las fiestas de la Guadalupe. Son 40 años predicando la novena de la Guadalupe y la misa de la fiesta. Creo que la Virgen ya no se acostumbra sin mí (risas).