Después de dos semanas de incertidumbre, los peores presagios se cumplieron. El 2 de diciembre se vieron las primeras "galletas" de chapapote del "Prestige" en las inmediaciones de Corrubedo, Aguiño y Sálvora. La marea negra que escupía el petrolero hundido se encaminaba sin remedio hacia la ría de Arousa. Una quincena de barcos mejilloneros se preparaban en Ribeira para salir a su encuentro e intentar frenar la mancha. Mientras, en los muelles se hacían barreras para proteger las bateas con bolsas negras de la basura. Una pesadilla convertida en realidad.

Las consecuencias del accidente del "Prestige" tardaron algo más de 15 días en notarse en la ría de Arousa. Pero la marea negra llegó con inusitada fuerza, y ante la manifiesta incapacidad de la administración para dar una respuesta eficaz y coordinada a la emergencia, fueron los propios bateeeiros, marineros y mariscadores los que se enfrentaron al chapapote. Y quienes después de varios días de angustia, rabia y tensión, lo vencieron.

El patrón mayor de O Grove, Antonio Otero, recuerda que "salíamos todos los días al mar con el barco de batea de mi padre y de mi padrino para recoger el chapapote con la pala del mejillón". Llevaban a bordo cuatro contenedores de 1.000 litros de capacidad cada uno. Los peores días tuvieron que volver a tierra hasta tres veces para descargarlos. "Nos sentíamos impotentes, porque el viento no paraba de traer más y más chapapote. No dábamos hecho, pero no nos cruzamos de brazos en ningún momento", evoca.

La situación en la ría de Arousa empezó a ponerse irremediablemente fea a partir del 3 de diciembre. Ese día, el viento y las corrientes destrozaron los 500 metros de barreras anticontaminación que se habían colocado entre O Grove y A Toxa. La Xunta vedó la pesca y el marisqueo en la ría, pero la flota salió igual al mar. El fuel ya estaba en la puerta de Arousa y alguien tenía que frenarlo. Como no tenían donde depositarlo, echaron mano de los contenedores de la basura de los ayuntamientos.

Solo un día más tarde, ya se había quitado tanto combustible de la ría que no había donde echarlo. En los muelles había docenas de contenedores llenos de chapapote que la administración no sabía o no podía retirar. No quedó más remedio que utilizar un petrolero atracado esos días en Vilagarcía como depósito temporal.

La patrona mayor de Vilanova, María José Vales, recuerda que tanto ella como su marido contemplaban el avance de la marea negra con enorme tristeza. "Yo tenía 25 años, y mi marido, 27, y teníamos un niño pequeño. Vivíamos los dos del mar y teníamos miedo de lo que pudiera pasar".

Las lecciones

Para el patrón mayor de Cambados, Ruperto Costa, la tragedia del "Prestige" dejó también una lección positiva para el futuro: el valor de la solidaridad. "Con lo que me quedo es con toda esa gente de fuera que vino a ayudar desinteresadamente. Gente que sacrificó sus vacaciones, que pidió días libres para ayudar".

Costa también trabajó esos días en la lucha contra el fuel -llevó el bateeiro "Daporta II" al exterior de la ría, e hizo de nodriza de las lanchas de marisqueo cuyos tripulantes recogían el fuel a mano-, y una vez vencieron a la marea negra en el mar, tuvo la oportunidad de compartir muchas horas en tierra con los voluntarios. "Era una relación fugaz, porque había tanto por hacer que apenas tenías la oportunidad de hablar mientras comías un bocadillo, pero te dabas cuenta de que había mucha gente con principios y valores".

Para Antonio Otero, "la lección más importante fue la unión de todos los marineros, los bateeiros, los mariscadores para luchar por su medio de vida. La gente del mar no tenía guantes, ni máscaras, ni trajes, pero estaba unida".

María José Vales, por su parte, estuvo arrancando chapapote en la Costa da Morte, y considera que el accidente puso de manifiesto la falta de preparación de Galicia para hacer frente a emergencias de gran envergadura. "Era caótico porque no sabíamos ni lo que había que hacer, nos movíamos por instinto. Por no haber, no había ni capazos. Y cuando la gente salió al mar, iba a la aventura". Lo peor es que, en su opinión, en esencia "seguimos sin estar preparados para las catástrofes. Aún lo hemos visto este año con los incendios".