Saúl Otero expuso en Cambados a principios de este año. El pazo de Torrado es una sala especial, pues sus múltiples estancias, cada una de ellas con una atmósfera diferente, es ideal para las muestras retrospectivas, ya que el artista puede clasificar sus obras por época en cada una de las habitaciones. Y eso es lo que hizo Otero, que agasajó al público arousano con una retrospectiva en la que estaban desde sus "Neuromanías" de mediados de la década pasada, hasta los carboncillos sobre papel que dibujó durante un viaje a Polonia y Alemania, hace tamnbién más de 10 años.

La exposición se titulaba "Chispas e Virutas", y era también un canto a la memoria infantil. Saúl Otero creció en A Arnosa, en la costa de Sanxenxo, y durante su niñez descubrió el placer de buscar los tesoros que arroja el mar contra las playas. Un placer que Otero recuperó para la exposición, con una serie de esculturas para colgar en las que los materiales principales eran pedazos de madera encontrados sobre la arena de A Arnosa o escupidos por el Atlántico.

Con motivo de la exposición, Otero habló de su enfermedad. Dijo que no tenía por qué ocultarla, ni siquiera públicamente. Sus amigos ya lo sabían, y no había motivo para avergonzarse. Contaba que le había costado adaptarse a algunas cosas, como el hecho de no poder conducir, pero que se había armado de valor y de ganas de seguir adelante.

Seis meses después, Otero sigue igual. Está lleno de vitalidad y no cesa de planificar nuevos proyectos artísticos, en los que trabaja de forma incansable en su taller de Pontevedra. La pintura es para él -junto a la familia- la fuente a la que se asoma cada mañana para llenarse de energía. El futuro puede ser incierto, pero tiene presente. Y quiere disfrutarlo.