Una tripulación pintoresca en un barco que llamaba la atención a leguas podía divisarse ayer a lo lejos en las inmediaciones de la Ría de Arousa, más concretamente cerca de A Illa. Algunos de los vecinos de la localidad fantaseaban a media tarde con que el "barco de los locos" estuviese de vuelta, algo que resultó ser verdad.

El "Azart", un viejo buque holandés con un montón de años de vida y cientos de travesías a sus espaldas, además de estridentes espectáculos a cargo de su curiosa tripulación, fondeaba ayer en la localidad por motivos técnicos y por necesidad de avituallamiento, eso es lo que explicaba al menos su capitán August Dirks mientras Disfrutaba del paisaje arousano. "Es verdad que la parada no es casual, hemos vuelto porque nos sentimos muy queridos aquí", confesaba.

Avituallamiento

La pregunta del millón es en realidad si habrá función, y por lo que parece el buque capitaneado por Dirks hará una última función en aguas gallegas, aunque no han concretado aún cuando será. Los vecinos especulaban ayer con esta posibilidad, y algunos emocionados aún recordaban aquel espectáculo, "es difícil que no se te quede en la retina", aseguraban, así que parece que esta podría ser una ocasión estupenda para verlos de nuevo.

Con esta es la tercera vez que "el barco de los locos" hace una parada en aguas de Arousa, puesto que hace cinco años se les pudo ver también en Vilagarcía.

Su último viaje

Según confesaba el capitán este será el último viaje a bordo del "Azart", que emprendió viaje desde Francia y estuvo tres años parado en San Sebastián, donde se bajó la única española de la tripulación. De ahí quisieron volver a Holanda "para reencontrarse con su país" , explica, donde decidieron que siguiendo las rutas de navegación antigua emprenderían una travesía que les llevará finalmente hasta Australia.

Sus otros doce tripulantes que cuentan ya con unos cuantos años de vida, aunque sería difícil decir cuántos , están encantados con el plan trazado y con darle un final como se merece al viejo buque.

La última locura, y nunca mejor dicho será ponerle ruedas al barco, una vez lleguen al continente oceánico, y cruzar con el desierto, para despedir la que ha sido su casa durante varias décadas y donde se han sucedido espectáculos a lo largo de más de 180 ciudades en veinte países distintos.

Los habitantes de A Illa esperan ya impacientes a que todos ellos vuelvan a vestir sus pelucas de colores, sus orejas de duende y sus uniformes sacados de una película de los años 20, para demostrar que esta panda de idealistas sigue en buena forma y dando guerra, divirtiendo a mayores y pequeños en todos los puertos que visitan, y donde se han vuelto, al parecer, entrañables.