Los vikingos volvieron a atacar Catoira, pero lo hicieron cuando los lugareños aún no habían tomado posiciones para defender las Torres do Oeste frente a la anunciada y anual invasión.

La bajamar dificultaba enormemente el gran desembarco, sobre todo porque amenazaba con dejar encallada a la flota y enterrados en el fango a los bravos guerreros nórdicos en el momento que estos saltaran de los temibles drakkar. Ya fuera por el estado de la marea, por el viento que dificultaba la remontada del cauce a vela o por otros motivos, lo cierto es que la estrategia de los invasores fue modificada respecto a años previos, para enfado de quienes se perdieron el espectáculo.

Lo que hicieron fue anticipar casi media hora la operación, de forma que muchos de los que iban a defender el poblado o a presenciar desde bien cerca el conflicto bélico llegaron tarde a sus trincheras.

Se trataba de una nueva edición de la tradicional Romaría Vikinga -ya van 57-. Su plato fuerte, la dramatización del desembarco, comenzó a las 12.30 horas de ayer, cuando estaba anunciada para la una de la tarde. Pero a esa hora ya había terminado, de ahí que entre las decenas de miles de personas de todas partes de Galicia y otras regiones españolas que se desplazaron al lugar de los hechos hubiera muchos que se quedaron con las ganas de disfrutar de esta Fiesta de Interés Turístico Internacional, pues cuando consiguieron alcanzar las inmediaciones del río Ulla para presenciar el acontecimiento vieron que ya había pasado.

Y es que, como queda dicho, los cinco barcos de guerra habilitados en esta ocasión remontaron el río con sus fueraborda antes de lo previsto. Con tanta antelación que incluso reunieron en cubierta a menos guerreros de lo que suele ser habitual.

Cuatro de las cinco naves hicieron una pasada frente a las torres do Oeste cuando faltaban aún veinte minutos para las 13.00 horas y sonaban ya las estruendosas bombas de palenque que en cada edición alertan de la invasión.

Tras navegar cerca de la orilla, para deleite del público que sí había tenido la fortuna de llegar a tiempo y situarse en primera línea de río, los barcos se detuvieron un rato para tratar de hacer tiempo. A las 12.45 la primera de las naves, la de mayor puntal y la dotada de la más nutrida y ruidosa tripulación, realizó la maniobra de aproximación. Lo hizo por la cara norte de las, como siempre, masificadas Torres do Oeste, de ahí que muchos de los espectadores que esperaban en tierra su llegada ni se percataran de ese primera ataque.

Minutos después de que los primeros guerreros pusieran pie a tierra, y antes de que la campana anunciara la una, empezaron a llegar, ahora sí por la cara sur de las Torres do Oeste y con las velas desplegadas, otros dos drakkar ávidos de conquista, mejillones cocidos y vino tinto del Ulla.

De este modo el desembarco fue tan rápido como descoordinado, apresurándose las naves a retirarse de la escena del desembarco a medida que lo completaban para que pudieran acercarse a la orilla los dos barcos que aún hacían tiempo en el Ulla a la espera de que llegara su momento.

Finalmente consiguieron desembarcar los vikingos, tanto hombres como mujeres, que viajaban en las cinco naves, recibidos como manda la tradición al grito de "¡Úrsula, Úrsula!", que significa victoria en su lengua.

Se vivieron las escenas habituales, con guerreros subidos a lo alto del mástil de sus buques, otros lanzándose al agua con más pena que gloria -ya que se quedaron atrapados en el fango- y con la mayoría derrochando energía y ganas de agradar a un público como siempre entregado que presenció la incursión tanto al pie de las Torres do Oeste como desde el puente interprovincial Catoira-Rianxo y desde los montes y escolleras situados en la orilla coruñesa del Ulla.

Una vez más hay que hablar de una masiva afluencia de público -entre 40.000 y 50.000 personas- y de un espectáculo aderezado con todo tipo de alicientes, gracias sobre todo al Mercado Vikingo instalado en el recinto fortificado y a las actividades folclóricas y gastronómicas llevadas a cabo en el mismo, con actuaciones musicales y de baile, degustación de mejillones al vapor y posibilidad de adquirir todo tipo de productos propios de toda feria o romería que se precie.

Antes del almuerzo campestre, que para muchos se convirtió en el momento idóneo para recuperarse tras la resaca y/o varios días de frenesí, el Concello de Catoira volvió a hacer historia recordando aquellas incursiones vikingas y lo importantes que resultaban recintos defensivos como el suyo para proteger a la ciudad de Santiago y al conjunto de Galicia.

Y tanto antes como después del desembarco, al igual que había sucedido en días previos, continuaron las actividades, ya fuera en el citado recinto o bien en la playa fluvial o en la alameda situada en el entorno de la iglesia y la casa consistorial, donde en horario vespertino la importante y demandada colección de juegos populares del Concello de O Grove constituyó un aliciente extra para vecinos y visitantes.

Atrás quedaba una semana intensa que alcanzó ayer su momento álgido, solo deslucido, como siempre desde hace años, por las decenas de embarcaciones de recreo y motos acuáticas cuyos patrones se empeñan en ver tan de cerca el desembarco que lo único que consiguen es estropearlo, entrometiéndose de forma preocupante en la esperada representación teatral que hace que el Concello de Catoira sea internacionalmente reconocido.

A la espera de que se regule de algún modo la presencia de esas naves en el campo de maniobra de los vikingos -quizás mediante una mayor contundencia a cargo de la Guardia Civil del mar, siempre presente en la zona-, y después de que se produjera algún que otro abordaje -aunque afortunadamente sin mayores complicaciones-, puede decirse que el espectáculo volvió a resultar llamativo, aunque resultara más descoordinado que en ediciones precedentes.

Esa descoordinación hizo que cuando todo había terminado la red de senderos que conduce hacia la zona húmeda de las Torres do Oeste se convirtiera en una ratonera en la que era casi imposible avanzar, ya que coincidían en los mismos y estrechos senderos el público que trataba de llegar al lugar, aunque ya fuera tarde, y los espectadores que pretendían regresar a sus casas o irse a la playa antes de que se formaran los mayores atascos.

Unos problemas viarios, por cierto, que resultaron espectaculares, y por momentos preocupantes, durante toda la mañana. Tanto que a mediodía los vehículos que se desplazaban desde Vilagarcía hacia el municipio catoirense estaban completamente parados, lo que suponía embotellamientos de más de diez kilómetros debido a la celebración de la Romaría Vikinga.

La situación por momentos caótica en las carreteras se repitió en sentido inverso pasada la una de la tarde, cuando el desembarco ya había finalizado.

De todo ello dieron cuenta los numerosos efectivos de la Guardia Civil de Tráfico desplazados por carretera, que lógicamente tuvieron que redoblar sus esfuerzos para intervenir tanto en la Vikinga como en la Festa do Albariño de Cambados. Al igual que tomaron buena nota los agentes desde el helicóptero de la benemérita, que no dejó de dar vueltas sobre los municipios de O Salnés y Ullán durante toda la mañana, sobrevolando con especial persistencia la vía rápida Vilagarcía-Cambados, el acceso norte a la ciudad vilagarciana y la carretera comarcal que conduce desde ésta hacia Pontecesures.