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San Fidel, un mártir milanés de casi 1.800 años

Carril conmemora los dos siglos de devoción por un santo que se mantiene incorrupto en la cripta del Apóstol Santiago

Restauración del cuerpo incorrupto de San Fidel que se custodia en Carril desde 1816. // Iñaki Abella

El vecino de Carril, Simón Álvarez Robles, por medio del obispo de Ibiza, Felipe González Abarca, "consiguió del obispo porfiriense Frai José Bartolomé Menochio, encargado de la custodia de las reliquias de la catacumba de Ponciano, a las afueras de Roma", después de 1.500 años de permanencia en las mismas (pues fue ejecutado en el siglo IV, bajo la persecución de Diocleciano), "la donación del sagrado cuerpo del mártir San Fidel, incluso en una urna de madera, revestido de nobles vestiduras de oro y plata".

El cuerpo embalsamado se encuentra desde el 13 de marzo de 1817, ocupando el hueco en el que, anteriormente, se encontraba la cripta con los restos del Apóstol Santiago; postrado, en una urna con doble cristal, junto a su espada, su casco y los restos de su sangre que prueban su autenticidad. De cerca se pueden apreciar la columna vertebral, los dedos de sus manos, el cráneo, los dientes y las piernas. Se trata de un esqueleto completo al que, según manifiesta el párroco de Carril, José Antonio Ríos Mosquera, "no le falta ni una falange"; está recubierto por una pasta de cera o una tela fina que simula la piel. Sus ropajes están constituidos por una vestimenta militar, por tratarse de un soldado natural del norte de Italia, y muerto en el siglo IV.

Según dice un opúsculo sobre la "Vida del glorioso mártir San Fidel", escrito en 1876, por el doctor Gaspar Fernández Zunzunegui, canónigo magistral de la Iglesia Compostelana, y publicado en la Imprenta de Manuel Bibiano Fernández de Santiago, el traslado se hizo por vía marítima hasta España donde fue entregado a Felipe González Abarca, obispo de Ibiza, "quien lo remitió, perfectamente custodiado y acompañado de su Auténtica; a Simón Alvarez Robles, vecino del comercio de la villa y puerto de Carril en el Arzobispado de Santiago".

En la primera parte narra la vida de San Fidel, nacido en la ciudad italiana de Milán a principios del siglo IV, en el seno de una familia acomodada, que lo encomiendan a San Materno, obispo de Milán aproximadamente entre los años 316 y 328, quien lo adoptó como discípulo; es en esta época, cuando Fidel se decide a consagrarse a Dios y, siendo soldado, el obispo lo envía a Como para predicar el Cristianismo; allí, a pesar de que Constantino había publicado el Edicto de Milán (313) declarando la tolerancia religiosa y poniendo fin a la persecución de los cristianos; fue denunciado, encarcelado y sometido a tortura. Después de muerto, sus restos fueron trasladados secretamente a Roma, y sepultados en las catacumbas.

En el siglo XIX, el papa Pío VII, que fue prisionero del emperador Napoleón Bonaparte destacó por la reconstitución de la Orden de los Jesuitas y la restitución de la Inquisición y dio gran valor a las reliquias de los santos antiguos, ordenando numerosas excavaciones en las catacumbas de Roma y regalando por todo el mundo los restos de santos de otros tiempos para el culto público en numerosos lugares. A este efecto se creó en Roma una serie de talleres dedicados a la restauración y a la preparación de las reliquias para ser enviadas a los distintos destinatarios.

A esta época pertenecen los restos de Priscila, Marcelina, Filomena, Ciro, Engracia, Faustina, Francisco, Valentín, Pío, Santa Minia de Brión, Santa Plácida de Rubiáns y otros muchos; igualmente es el momento de la aparición, del tratamiento, del vestuario y de la entrega de las reliquias de San Fidel a la parroquia de Santiago del Carril, en el año 1816, por mediación del obispo de Ibiza, Felipe González Abarca, donde serán recibidas con toda solemnidad; el destinatario fue Simón Álvarez Robés, "vecino del comercio de la villa y puerto do Carril".

El cuerpo fue depositado primeramente, el 12 de abril de 1817, en la capilla de la isla de Cortegada, donde se llevó a cabo el "obligado reconocimiento" para lo que fue comisionado el cura Ramón Flórez Villamil por el obispo de Santiago de Compostela, Rafael de Múzquiz.

Al día siguiente, fue trasladado con toda solemnidad a la iglesia parroquial de Santiago del Carril; de todo ello se levantó el acta correspondiente. Dice así: "Y al día siguiente se trasladó procesionalmente a esta iglesia parroquial, y en el sitio destinado para su colocación se puso a la veneración pública de los fieles, después de ser hecho con todo el aparato y solemnidad que merecía tan respetable acto?"

El documento finaliza haciendo constar que este acta se había de añadir al propio Santo como certificado de autenticidad del que había sido enviado desde Roma. Y por lo tanto un documento del máximo interés ya que relata como una comisión de sacerdotes, acompañados de autoridades locales y del comerciante Simón Álvarez Robés, hace recepción de la reliquia y se traslada a la iglesia parroquial, en 1817.

*Profesor e historiador

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