Una labor de asado que, como cada año, resultaba ardua por el calor y que precisaba de atención constante "mismo hoy tenemos recurrir de forma continua al agua para aplacar las brasas -apuntaba Millán mientras la vertía con un paño empapado sobre uno de los siete asadores-, a fin de evitar que hagan llama, porque si esto ocurre las sardinas se queman por fuera".

En ese impasse de tiempo, por cuanto las sardinas no empezaban a dispensarse hasta el regreso de la caravana, los había impacientes. Unos saciaban el apetito con tapas de pulpo, o tirando de la despensa particular de cada cual -donde la empanada, la tortilla y la ensaladilla eran las reinas-. Mientras otros guardaban cola pacientes, con más de media hora de antelación, para ser de los primeros en tener acceso al reparto de de los 450 kilos de sardinas, junto con 350 de chorizo, todo ello asado, que se dispensaron, acompañados de 450 kilos de pan artesano y una pipa -500 litros- de vino tinto Barrantes, servido en jarra o taza.