Dositeo Valiñas Fernández es uno de los curas en activo de mayor edad de toda Galicia. Esta semana cumplió 96 años, y sigue dando misas los fines de semana en Leiro y Ribadumia. Vive en la casa rectoral de Santa Baia con una familia que le echa una mano en casa. Aún puede andar solo con ayuda de un bastón, aunque hace dos años se cayó en una escalera, y desde entonces utiliza para algunos desplazamientos una silla de ruedas. "Estoy autorizado para dar misa sentado todo el tiempo, pero si puedo, me levanto", sostiene. Porque pese a lo avanzado de su edad, Dositeo Valiñas es una persona con una enorme vitalidad interior, con una mirada penetrante y una sonrisa franca. "Lo de jubilarme no entra en mis planes". Es, en ese sentido, igual a muchos convecinos suyos, que tras una vida deslomándose en el campo siguen yendo cada mañana a las fincas aún después de jubilarse.

-Docenas de vecinos pasaron esta semana por la rectoral de Ribadumia para felicitarle. En Lugo hay concentraciones vecinales para pedirle al Obispado que no les trasladen al cura. ¿A qué se debe este apego que hay muchas veces entre el sacerdote y su parroquia?

-En el caso de los curas jóvenes puede deberse a que como hay pocos, la gente anda un poco tras ellos. Por eso, la parroquia o la zona donde oficia un cura joven lo prefiere y lucha por él.

-¿Por qué se hizo usted cura?

-Me fui para el seminario con once años cumplidos. Mi familia siempre había tenido interés en tener un cura en la familia, y a mí también me gustaba. Entré en la carrera con total voluntad e interés.

-En España hubo más vocaciones en tiempos de pobreza, y donde ahora hay más es en América Latina o África. ¿Ha podido ser la carrera eclesiástica en muchos casos una forma de escapar del hambre?

-El problema de la falta de vocaciones es europeo. Fuera de Europa no sucede esto. Está relacionado con el materialismo en la sociedad. Pero estamos en un momento de cambios brutales en las ideas y no sabemos que nos deparará el futuro, porque los cambios son mucho más bruscos y rápidos de lo que pensamos.

-¿Por dónde puede ir la Iglesia Católica para mitigar el problema de la falta de sacerdotes?

-Las comunidades parroquiales tienen que cambiar y solucionar ellas mismas el problema, no pueden quedarse sentadas esperando a que lo haga en exclusiva el estamento eclesiástico. Las comunidades parroquiales también tienen que ir con los tiempos y con los cambios. Nosotros, en Ribadumia, tenemos a cinco personas que están autorizadas para actuar en el culto ayudando al párroco y que son seglares. Se necesitan sacerdotes que puedan celebrar la eucaristía y confesar, sí, pero también hace falta que las comunidades parroquiales asuman su responsabilidad para completar la labor de los curas. La Iglesia no va a desaparecer, ni mucho menos, pero se transformará completamente. El cómo es lo que no sabemos.

-¿Qué pueden hacer los seglares?

-Los diáconos permanentes son gente muy próxima al sacerdocio, y pueden administrar los sacramentos, excepto la eucaristía y la confesión. Los diáconos pueden ser personas casadas. En cuanto a los seglares, tendrán que asumir un papel más importante en las parroquias por la falta de curas. Las parroquias estuvieron tradicionalmente muy clericalizadas, y desprenderse de eso ahora nos cuesta mucho a nosotros, y les cuesta a los seglares.

-¿Qué requisitos ha de cumplir el seglar para poder colaborar con el cura?

-Una autorización del obispo, con eso basta. Pero hay que buscar la forma de formarlos mejor en liturgia, en la doctrina.

-Y en Ribadumia hay cinco personas que realizan ese trabajo.

-Y me ayudan muchísimo. Son gente muy voluntariosa, pero no solo por amistad, sino también por devoción y entrega.

-¿Hacia dónde cree que irá la Iglesia?

-En estos momentos parece que está en un impasse, como si esperase acontecimientos. Tal vez esté esperando a que la Santa Sede se sitúe definitivamente.