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Con un ojo en el Xuven y otro en Alepo

Said Kalaaji, médico sirio del club amarillo, mira con nostalgia a la ciudad en la que nació y pasó su infancia reducida hoy prácticamente a escombros por los yihadistas islámicos

El galeno, ya jubilado, llegó al Xuven hace cinco años animado por su sobrino Antonio Lema. // I. Abella

"Nací y crecí en Alepo hasta los 23 años. Era una ciudad maravillosa, cuya economía se basaba en el comercio, porque está en pleno centro de la ruta de la seda, y en la que la producción industrial se centraba en el algodón. Recuerdo de manera especial su casco histórico, su antiguo castillo y su zoco con vida inusitada, plagado de pequeñísimas tiendas entre las que bullía la gente". Quien así habla en Said Kalaaji, el médico cambadés que nació en Alepo hace 73 años y que se afincó en España cuando se vino estudiar con 23.

"Yo había acabado el bachillerato en Siria -recuerda- y, tras hacer un verano el campamento militar al que estábamos obligados, me vine a España con lo puesto, una maleta y poco más. Lo que quería era estudiar fuera, y envié propuestas a varios países, hasta que fue España quien me contestó. Llegué -añade- pensando en estudiar el idioma y hacerme ingeniero. Estuve un tiempo en Madrid, luego Zaragoza, pero no acababa de sentar la cabeza, y finalmente me animé a venir a Santiago donde acabé por cursar la carrera de Medicina".

Said era el mayor de siete hermanos, hijos de una familia que vivía con cierta holgura económica merced al almacén de productos agrarios que regentaba su padre. "En aquellos primeros años estudiando en España -rememora- fueron mis padres quienes me propiciaron sustento porque era un momento en que la lira siria estaba fuerte, y con poco dinero que me enviaran, aquí me cundía". Cuando completó su carrera de Medicina se vino para trabajar en Cambados de manos de un amigo que acababa de abrir en la villa del albariño un centro médico. "Santiago era bonito -reconoce-, pero Cambados me cautivó para siempre, entre otras cosas porque tiene mar, aquí me asenté, hice vida, me casé? y aquí sigo".

Regreso a Alepo

Durante años no pudo regresar a Siria "porque yo no había realizado el servicio militar en el país y era, como quien dice, un prófugo". Lo hizo a inicios de este siglo, pasado el tiempo prudencial para el olvido, y con el objeto de visitar a su familia en Alepo. "Cuando me vine para España a mediados de los años 60 -recuerda- había dejado una ciudad con una gente de carácter más cerrado al turista extranjero, pero más tolerante en su interior, en la que los judíos se habían ido por la presión popular, pero donde musulmanes, armenios y cristianos, tanto ortodoxos como católicos, convivían con naturalidad".

Pero en su regreso a Siria se había encontrado una urbe diferente: "Alepo se había convertido en una ciudad que había crecido mucho, demasiado, era ya la más populosa de Siria, con dos millones de personas, superando a Damasco, una ciudad en la que había mucho dinero, con enormes avenidas provistas de tres y cuatro carriles, y casas magníficas con fachadas de mármol rojo". Pero pronto percibió que el crecimiento tenía su parte gris: "se multiplicaran las mezquitas por doquier -afirma-, y había crecido el radicalismo religioso, las mujeres se tapaban el pelo con el velo, incluso a una cuñada que no conocía, no pude verla físicamente y tuve que limitarme a hablar con ella a través de una cortina".

Aún recuerda como "me llamaba la atención porque yo crecí en Alepo en el seno de una familia musulmana con una madre de origen turco, pero que, como la sociedad de entonces, era muy tolerante, y en la que la religión era algo secundario. En cambio, cuando regresé fui consciente de la presión social que existía en el ámbito religioso, la televisión, la gente, todo tendía al adoctrinamiento".

Familia residente aún allí

Mientras, con emoción contenida, nos muestra en su teléfono las fotografías que le remiten los suyos hoy desde Alepo, en las que se comparan las imágenes de las calles, el castillo -uno de los símbolos de la Unesco- que daba entrada al casco antiguo, declarado en 2006 Patrimonio de la Humanidad, o el zoco, antes y después de la destrucción.

Con el dedo sobre la pantalla de su móvil pasando las fotografías Said evoca la que fuera su ciudad: "Los yihadistas del Estado Islámico se han propuesto destruir todo lo antiguo, y el bello casco histórico de Alepo ha sido el primer objetivo de esta locura? No puedo más que sentir una rabia inmensa al ver las imágenes de tanta destrucción de unas calles que yo mucho pisé un día".

Nuestro protagonista mantiene todavía a dos hermanos en la ciudad. "Los otros se fueron, el último, el más joven, Sajer Kalaaji, a Noruega en calidad de refugiado, y otro a Turquía porque, por edad, aún podía ser movilizado a causa de la guerra", explica. Con los dos que se han quedado en Alepo y con sus sobrinos habla a menudo por teléfono "pero son conversaciones breves -explica-, para saber cómo están, en las que me cuentan lo justo y poco más, sobre todo por temor a que las comunicaciones puedan estar interceptadas. Y es que en Siria -agrega- hablar de economía y de todo lo demás, bien, pero hablar de política siempre fue muy peligroso, corrías el riesgo de desaparecer al día siguiente, y ese miedo sigue latente, si cabe más aún hoy en día".

"En Alepo lo están pasando mal -refiere Said Kalaaji-, mismo a mi hermano Mudar un obús le ha destruido toda la fachada de su casa que ahora tiene cubierta con plásticos. A día de hoy, con la recuperación de la ciudad por parte de la tropas gubernamentales de Bashar Al-Asad hace unos días, me dicen que están más tranquilos, y que las bombas que están detonando son las dejadas por el Estado Islámico que el ejército gubernamental está explosionando de forma controlada".

Reconoce que alguno de sus hermanos le habló de la posibilidad de venirse como refugiado a España, "pero les cuesta, tienen allí toda su vida y yo, por mi parte, también les soy realista y les digo que aquí la situación no está nada fácil, porque poder salir adelante y encontrar trabajo es tarea ardua con la crisis económica actual".

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