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La falta de relevo generacional amenaza la elaboración artesanal de los collares

Las mujeres mecas de más edad, muchas ya demasiado cansadas y "con achaques", tratan de mantener viva la tradición recolectando diminutas conchas "tiradas" en la playa

La elaboración de las pulseras y collares de conchas de O Grove, que suelen venderse en A Toxa y la zona portuaria, está cada año que pasa más amenazada. Requiere de un trabajo muy laborioso, la rentabilidad es a veces ínfima y el relevo generacional es casi inexistente, ya que los jóvenes prefieren dedicarse a otra cosa.

Si a esto se suma el hecho de que el uso de productos importados ejerce una feroz competencia desleal, es fácil de entender las dificultades con las que se encuentran las grovenses que tratan de mantener viva la tradición de las collareiras.

GALERÍA | Los collares de conchas de O Grove. // M. Méndez

Realmente nunca fue un trabajo de grandes ingresos y pocos pudieron vivir exclusivamente de los collares. Lo habitual era utilizarlos como ingreso extra, compatibilizando esta labor artesanal con trabajos como el de operaria en las fábricas conserveras, mariscadora o camarera. Pero es que ahora ya no resulta tan sencillo hacerlo así y las ventas tampoco son tan importantes como en otras épocas.

Sobre todo lo pasan mal ellas, las mujeres mecas que a lo largo de la historia dieron vida a este sector artesanal que forma parte de la singularidad de O Grove y de Galicia. Y tanto si se dedican a la venta como si son las encargadas de tirarse literalmente sobre la arena, para seleccionar delicadamente con sus manos minúsculas conchas de gran variedad de especies empleadas para la elaboración de tales abalorios.

A modo de ejemplo puede citarse el papel de Delia Piñeiro, una grovense de 65 años que elabora collares artesanales de conchas desde que solo tenía 6.

Tendida sobre la arena de la playa de O Espiño, en San Vicente de O Grove, Delia Piñeiro cuenta como sus hijas han preferido dedicarse a otras cosas y explica que padece fibromialgia y algunas dolencias más que le impiden trabajar al ritmo de antes.

VÍDEO | Delia Piñeiro, una de las últimas "collareiras". // M. Méndez

Mientras, rebusca en la arena y selecciona "minchas, cornos, moradas, cachitos, margaritas, rosas do amor o sedas" , entre otras variedades de conchas, Delia Piñeiro confiesa que antiguamente "podía hacer 18 collares en una tarde de verano" para venderlos a las tradicionales collareiras de A Toxa y el puerto, "pero ahora, a causa de los achaques, apenas puedo terminar ocho o nueve".

Buena conocedora de este sector artesanal, la grovense explica también que "hay otras conchas que se pintan de todos los colores posibles, sobre todo de rojo, amarillo o berenjena", a lo que añade que pueden mezclarse con las conchas naturales -que ya tienen sus colores propios- y que pueden venderse los collares individualmente o entrelazados.

"Estos collares los vendo a un euro, porque a más no me los pagan; salvo que sean hechos con conchas difíciles de conseguir, pues en este caso pueden llegar a los 3 euros", explica Delia Piñeiro. Y cuándo se le pregunta a cuánto los venden después sus compradores responde con contundencia: "Ese no es problema mío; es cosa de ellas".

Lo que tiene claro es que "el problema de verdad es que se vendan los productos filipinos, ya que eso quita el pan a los pobres".

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