Guillán es una localidad tranquila, de esas en las que nunca pasa nada. O casi nunca. Porque la quietud del lugar se vio truncada el 8 de septiembre de 1976 cuando un hidroavión de Icona se estrelló en la falda del monte Xiabre. Era el día grande de las fiestas de Santa María, día de recibir a la familia y de grandes comilonas. Sobre las cinco de la tarde el estruendoso ruido de un avión volando a baja altura sobresaltó a los vecinos. José Martín Ventoso Portas estaba en el campo de la fiesta. "Vimos un avión que se acercaba muy bajo. Daba miedo, por poco roza la iglesia", recuerda. Tenía 16 años y "ya imaginé que sería una desgracia tremenda". Su mujer, Encarna Troncoso Rodríguez, estaba comiendo. "La avioneta pasó casi rozando el tejado y escuchamos un ruido muy fuerte". Al salir fuera "vimos el fuego y el humo negro" y cuando llegaron a la zona del siniestro "las alas y trozos" del aparato esparcidos. Esther Portas fue una de las primeras personas en llegar al lugar del accidente. Tenía 21 años y "estábamos con el café. Cuando vimos la explosión fuimos corriendo a ayudar pero ya no había nada que hacer". No hubo supervivientes. El exconcejal Alejandro Quintela aún recuerda el debate popular sobre suspender o no las fiestas. Ganó lo segundo, pero ya no fue lo mismo. "La gente no tenía humor para celebrar nada al saber que habían muerto tres personas", apunta Esther Portas.

Al cumplirse un año del accidente se inauguró en el mismo lugar de la tragedia el monumento en recuerdo a quienes perdieron "sus vidas en defensa de los bosques de España". En Guillán se celebró una misa en memoria del alférez José Luis Herráiz, el brigada José Cachofeiro y el sargento José Pérez Belmonte y hasta la aldea se desplazaron "familiares" de las víctimas y "gente de Icona", relata Encarna Troncoso. "Aún tengo una foto fuera de la capilla con las coronas que se colocaron en el monolito". El monumento pasó a formar parte de la vida de la aldea, con padres llevando a sus hijos a jugar a la zona y pequeños sintiéndose como auténticos aviadores entre las aspas incrustadas en la piedra. "Llevábamos a nuestros hijos a pasear al monolito y les contábamos lo que significa", cuenta Esther Portas. La historia de los héroes del Xiabre pasó de padres a hijos, de abuelos a nietos pero, como si el tiempo no hubiese transcurrido, "sigue habiendo desalmados que queman el monte. Por culpa de cuatro sinvergüenzas se pierden vidas humanas", lamenta esta vecina.