Cuando se pide a Carlos Rodríguez que relate sus vivencias en el Mar Egeo durante la misión humanitaria totalmente voluntaria en la que ha participado junto al grovense Javier Losada, casi no sabe por dónde empezar. Recuerda, por ejemplo, uno de los días que visitó uno de los campos de refugiados acompañado de una colaboradora de la ONG Médicos sin Fronteras. "En mi visita anterior, solo un par de días antes, había alrededor de 500 refugiados dentro, pero esta vez ya eran 700". Aquella misma mañana llegaban 35 refugiados más a la isla de Samos tras haber sido recogidos por un patrullero griego "que el día anterior ya había salvado a otros 55". Al presenciar aquella escena comprobó también que "solo cinco voluntarios de Samos trabajaban dentro de aquel campo para atender a las 700 personas que habían llegado ya, pues las demás ONGs se negaban a trabajar en el interior porque no querían ser cooperantes en un campo cerrado, protestando de esta forma para forzar a las autoridades a que lo abrieran, como había estado siempre hasta que entró en vigor la nueva ley de fronteras cerradas". En cualquier caso tanto él como otros cooperantes y/o voluntarios intentaron entrar en el campo "para ayudar a la gente más directamente, pero resultaba muy complicado porque teníamos que solicitar un permiso a las autoridades, rellenar múltiples documentos y esperar no se sabe cuantos días hasta que nos lo permitieran". Una vez dentro, o incluso a través de la valla metálica exterior, "hablábamos con los adultos y los niños, les preguntábamos como estaban y si necesitaban algo, como agua, alimentos o productos similares bajábamos al pueblo para comprarlos a título particular y se los entregábamos". Incluso llevaban chocolate y galletas para tratar de animar a los niños.