Los políticos chocan de bruces con la toponimia oficial porque no les va en el sueldo, sino otro gallo les cantaría. Gonzalo Durán es uno de los más cabezones y repite, sin sonrojo ni rubor, Villanueva, Sangenjo, El Grove y la Isla de Arosa.

También lo hacía y sigue con su manía el exalcalde de la capital arousana, Tomás Fole, con su Villagarcía por aquí y por allá.

Los hay más progres o "pijos" que ellos y para no quemarse los dedos prefieren los diminutivos como "voy a Villa" para evitar el topónimo oficial, Sangen, o los apellidos "A Arousa" por A Illa cuando es todo el litoral.

Cierto que a veces es complicado acostumbrarse al nuevo nombre de una ciudad como al de una persona ¿Cuanto costó acostumbrarse a las Uxías, Mauros, Carme o Margarida?

Pues lo mismo les ocurre a algunos políticos que son incapaces de pronunciar Vilaxoán, A Laxe, Rubiáns, O Facho o incluso Xesteira o Carrasqueira. Obviamente supone un pequeño esfuerzo que los políticos tienen la obligación de hacer para que el idioma oficial de Galicia permanezca incólume, pues su ejemplo personal es base para identificar al pueblo al que representan. No parece razonable que después de tantos años haya alcaldes que sigan sin emplear la lengua gallega en actos oficiales o si lo hacen sea de forma tan paupérrima, como le ocurre a Varela.

Los políticos tienen la misma categoría, mientras permanecen en un cargo, que un funcionario público al que se exige el uso correcto e indistinto de las dos lenguas cooficiales. No se puede olvidar que hay actos administrativos que son anulados porque no se usa el lenguaje que reclama el administrado. Por tanto, es hora de que los representantes públicos actúen en consecuencia. Y no solo ellos sino también los colectivos que reciben ayudas económicas de las instituciones y que por testarudez siguen enarbolando el extinto nombre de Arosa.