Está claro que la construcción del Eje Atlántico arroja luces y sombras. Las luces son las del progreso, las que se encienden con una nueva posibilidad de situar a Catoira y Rianxo en el mapa gracias a un viaducto de récord e incluso las luces de la riqueza que generó la obra, tanto durante su ejecución durante más de un lustro como a modo de compensaciones como las entregadas al Concello de Catoira para intervenir en el conjunto arqueológico de las Torres do Oeste y la regeneración y potenciación ambiental de la laguna de Pedras Miúdas.

Las sombras también parecen evidentes, y hacen referencia al impacto visual y paisajístico, los daños causados en el entorno durante la ejecución de los trabajos y los trastornos causados a los cientos de propietarios expropiados total o temporalmente para ejecutar este trazado férreo.

En Catoira hay muchos casos que pueden citarse como ejemplo, pero el de Manuel Romero se antoja especialmente representativo. Este octogenario poseía un par de fincas que le fueron ocupadas para hacer la obra y que aún no se las devolvieron. Aunque quizás ya sea lo de menos, pues cuando las recupere solo tendrá a su cargo un pedregal inundable con la pleamar en lugar de un prado conocido como Agro da Telleira que adquirió en 1999 y un terreno de labradío adquirido en 1962, el Agro das Gabeiras.

En esas dos leiras Manuel y su familia tenían parte de su vida, y sobre todo en el caso del terreno adquirido en 1962, guardaban muchos de sus recuerdos. Ahora, tras el paso de la maquinaria pesada y la ejecución de las obras del TAV, los terrenos están situados a una cota inferior, de ahí que se inunden. Manuel Romero deambula sobre ellos tratando de no tropezar con los pedruscos, como si fuera una hormiga al lado de las gigantescas vigas de hormigón que levantan la estructura del TAV hasta los sesenta metros de altura. Mira lo que es suyo, suspira y ve como la marea vuelve a subir e inevitablemente el agua de la ría de Arousa y el río Ulla cubre de nuevo sus "campos".