Las facciones católicas recibieron con alborozo el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera en septiembre de 1923. Su pretendida retórica regeneracionista y las acciones de desmantelamiento del caciquismo emprendidas por los delegados gubernativos que situaron a muchos viejos agrarios al frente de los ayuntamientos no podían otra cosa que despertar su entusiasmo. Pero pronto se puso de manifiesto que la dictadura pretendía institucionalizarse y los sindicatos, entre ellos también los agrarios, fueron desmantelados. Ello significó el canto del cisne de este movimiento social católico y de sus fórmulas cooperativas, pues la entidad queda liquidada de forma definitiva en el primer cuatrimestre del citado año.