El 14 de septiembre de 1985 quedará grabado en la memoria de todos los vecinos como un día en el que cambió el curso de la historia para el pequeño municipio de A Illa de Arousa. Aquel día se inauguraba el puente de casi dos kilómetros de longitud que les une al continente y que se ha convertido en un símbolo para todos sus habitantes. Esa infraestructura ha sido la que ha liderado el cambio social y económico que ha experimentado, en los últimos treinta años, el pequeño municipio. Cuando comenzó a construirse la infraestructura, en A Illa apenas existía una docena de vehículos, una cifra muy alejada de los más de 2.000 coches que están censados en la actualidad, a lo que hay que sumar el crecimiento urbanístico que ha experimentado el centro, que ha variado sustancialmente su morfología.

Incluso el propio puente ha cambiado mucho su imagen con respecto al día de su inauguración. En su día, la construcción de este viaducto supuso una inversión de más de mil millones de las antiguas pesetas, una cifra que se vio superada ampliamente en su renovación, acometida entre 2008 y 2010, precisamente cuando se celebró el 25 aniversario de la obra. Esa remodelación supuso una inversión de 145 millones de euros y sirvió para incluir un carril bici y mejorar la seguridad viaria en el viaducto. Además, también supuso una importante actuación en las estructuras que la soportan, sometidas durante años a las corrientes marinas y a los efectos del salitre.

En A Illa todavía existe un considerable número de generaciones que recuerdan lo que era vivir sin puente y depender de una "motora" para desplazarse hasta el continente.

Ese aislamiento ayudó a perfilar el particular carácter que tienen los habitantes del municipio, suavizado durante estas tres décadas a fuerza de mantener contactos con los "de fóra", los de "leste" o los del "continente". Las leyendas cuentan que intentar acercarse a una mujer siendo "de fóra" era una actividad muy arriesgada y conllevaba la posibilidad de tener que salir corriendo, con las complicaciones de encontrar un barco a tiempo que evitase acabar "mazado como un pulpo". También mantiene la leyenda que los árbitros eran muy caseros en el Salvador Otero ya que se exponían a regresar nadando al continente en caso de no favorecer al equipo local.

Esas leyendas forman parte ya del imaginario, pero lo que todavía perdura es la unión de un pueblo que, durante siglos permaneció aislado y siempre entendió que la mejor forma de vivir era ser solidarios con sus vecinos. Lo demostraba precisamente en momentos como las urgencias médicas, donde cualquier persona estaba dispuesta a poner su barco para que el enfermo pudiese llegar a tierra lo antes posible para ser atendido.

Esa unión fue fundamental para lograr las tres reivindicaciones básicas que marcan la historia del municipio: luz eléctrica, puente y Concello. Las tres se consiguieron con el esfuerzo conjunto de los habitantes e A Illa.