El castro de Besomaño ha deparado numerosas sorpresas al equipo de arqueólogos y restauradores que desde hace tres años intentan sacar su historia a la luz.

Nada menos que 140.000 piezas se han extraído en este tiempo y se han reconstruido una treintena de cabañas que estuvieron en pie entre los siglos IV antes de Cristo y el I de la presente Era.

Al principio se pensó que se trataba de un típico castro de zona rural, pero con el avance de los trabajos se comprobó la importancia que debió de tener en la Edad de Hierro, tanto por la fuerte jerarquización social como por la intensa explotación del medio y las relaciones de comercio exterior.

De ahí que no sea de extrañar que fuese un poblado clave y, como tal, que cuente con varias líneas defensivas, con parapetos, fosos y una enorme muralla de piedra que cierra todo el perímetro del castro y que pudo haber alcanzado una altura de unos cuatro metros sobre el nivel del suelo.

En la recuperación de esta infraestructura se pudo comprobar que existen huecos en la muralla que seguramente se utilizaron para la construcción de torres de vigilancia. Asimismo contaba con una gran entrada de piedra y en pendiente, que dificultaba cualquier asalto enemigo. En ella también existía algún tipo de construcción apta para otear el horizonte.

Ya en el interior del castro se pueden ver distintos tipos de edificaciones, aunque la que destaca sobre las demás es una casa-patio de unos 300 metros cuadrados que debió pertenecer al jerarca.

Pero también existen edificaciones industriales, especialmente hornos y almacenes.

Entre las piezas más significativas están un ídolo en piedra, una dolabra romana, varias fíbulas y cerámica tanto para vasijas de diario como de ceremonia.