Apostados en los pasos elevados sobre la autopista para vigilar y seguir a los camiones; el rostro oculto bajo pasamontañas, antes de lanzar un cóctel molotov o de intentar incendiar un autobús; escondidos en recónditos caminos, para desde allí apedrear a los transportistas e intentar arrojar gasóleo sobre su carga; subidos a lanchas rápidas, para actuar con nocturnidad y alevosía cortando cuerdas cargadas con la cosecha anual y, en ocasiones, portadoras de los únicos ingresos de una familia.

Llamadas telefónicas, anónimas o no; patrullas de vigilancia en carretera, con varios coches en diferentes puntos y sus ocupantes comunicados por móvil para intentar boicotear a los camiones que se dirigen a fábricas, depuradoras o al mercado italiano;_reuniones clandestinas a altas horas de la madrugada, a veces en insospechados locales y en puntos distantes decenas de kilómetros del puerto de origen...

Todo eso, y mucho más, constituye la triste actualidad del sector mejillonero gallego, que a lo largo de su historia ha recibido los mimos -y el apoyo económico- de la Administración, independientemente de quién gobernara o gobierne, pero que en lugar de aprovechar y proyectar la imagen de calidad que atesora su producto, y en vez de consolidarlo a nivel mundial, se empeña en cargarse cualquier expectativa positiva.

Los bateeiros viven inmersos, como siempre, en una guerra fratricida, aunque llegados a este punto hay que diferenciar y dejar totalmente al margen a los mejilloneros de verdad, los que trabajan sin cesar para alimentar a sus familias y nada tienen que ver con otros empeñados en quemar grúas o pelearse en los muelles en lugar de sacar partido a las innegables potencialidades de sus cultivos.

Esa guerra de guerrillas, en la que el mejillonero se enfrenta a sí mismo, pero también a cocederos, depuradores, conserveros, y, por extensión, al conjunto de la sociedad, es una pelea mil veces repetida que no sólo es inútil -prueba de ello es que las luchas repetidas desde hace décadas no arreglaron nada-, sino que mina la innata debilidad organizativa del sector y contribuye a mantener abiertas heridas que, por este camino, seguirán ensangrentadas cuando lleguen las generaciones venideras.

¿Por qué los bateeiros no siguen los pasos de los vitivinicultores? ¿Por qué el Consello Regulador Mexillón de Galicia no es el referente que el Consello Regulador Rías Baixas representa para productores y bodegueros? Son muchas preguntas, y la única respuesta hasta ahora es la batalla permanente, que daña la imagen de un sector que desea y necesita estar unido y organizado, pero que nunca lo logrará bajo presión y coacción.

Los sabotajes y los atentados perjudican a las diferentes organizaciones y dinamitaron poco a poco a la Plataforma de Distribución del Mejillón Gallego (Pladimega), a la que flaco favor hicieron los guerrilleiros de turno. Esa central de ventas, plataforma de distribución, organización o como quiera llamársele, nació con unos intereses claros, legítimos e incluso deseables, como eran fomentar la unidad y marcar precios dignos para el molusco.

Pero Pladimega, aún acertando en el fondo, fue víctima de las formas, sobre todo a causa de la falta de tacto de alguno de sus portavoces, que no supo calibrar la situación y fue incapaz de predecir -¿o si?- que bajo la imposición el sector podía avanzar por el camino equivocado, hacia un punto sin retorno.

Actualmente, después de cuatro meses de tensión y presiones, pero sobre todo a causa de la guerra de guerrillas, los mejilloneros gallegos están a punto de cruzar una peligrosa línea divisoria, y en caso de atravesarla ya no habrá marcha atrás y las posturas serán para siempre irreconciliables. Eso lo saben absolutamente todos, por eso Pladimega se planteó aparcar su proyecto y esperar tiempos mejores, ya que de seguir adelante lo haría arrastrando dudas y una sombra de sospecha, y son muy malos compañeros de viaje.

De ahí que algunos pesos pesados de Pladimega dijeran basta ya. Mañana habrá una nueva reunión en la que decidirá si la plataforma se descompone definitivamente, en vista del fracaso de los últimos meses, o la aparcan hasta marzo para después seguir adelante, aunque con una estrategia muy diferente. Y_es que todo lo que intentó la central hasta ahora falló, pues buscaba unidad y se topó más fragmentación; perseguía mejores precios, y el mejillón se paga ahora más barato que nunca; trataba de labrarse el futuro, y en realidad ni siquiera está garantizado el presente.

Pladimega, que cuando nació fue entendida por muchos como una cortina de humo para que la atención no se centrara en la llegada de las jaulas de salmón o en la nueva Lei de Pesca -los salmones van a ser retirados de la ría y la ley ya está aprobada en el Parlamento-, quiere replantearse su estrategia, y a buen seguro lo va a hacer.

Pero ese replanteamiento deben hacerlo todos y cada uno de los mejilloneros, y absolutamente todas sus asociaciones, delegaciones, agrupaciones o federaciones.

La guerra de guerrillas no sólo debe acabar, sino que hay que sentar unas bases sólidas para que no vuelva a repetirse a medio o largo plazo.