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San Amaro: donde los muertos nos representan

Bellísimos panteones levantados con el dinero ganado en la bolsa estadounidense antes de crack del 29, tumbas que nadie visita o enterramientos de personajes ilustres. San Amaro, el principal camposanto del municipio y el primero civil de la provincia, es desde el siglo XIX un reflejo de la sociedad pontevedresa.

Francisco Abuín señala la palabra «ciudadano» en la tumba de Zagala, todo un desafío en la época en la que falleció el fotógrafo.

Francisco Abuín señala la palabra «ciudadano» en la tumba de Zagala, todo un desafío en la época en la que falleció el fotógrafo. / Gustavo Santos

Pontevedra

El cementerio en realidad está lleno de vida. Lo explica con maestría Francisco Abuín, que desde hace 16 años es el sepulturero del principal camposanto de Pontevedra, San Amaro. «Si lo conoces, conoces la ciudad», reflexiona mientras repasa con precisión personajes, clases sociales y artes presentes en este espacio, la primera necrópolis civil de la provincia.

Las obras se iniciaron en el momento en que llega a Galicia la Ilustración. Con anterioridad, los enterramientos se realizaban en las iglesias, intramuros, pagando cada familia en función de la mayor cercanía de las tumbas al altar. La construcción del cementerio concluyó en 1879, pero no entró en funcionamiento hasta tres años después porque la Iglesia se negaba a bendecirlo por una disputa con el Estado.

«El cementerio antiguo estaba donde fue enterrado el navegante Méndez Núñez», explica Francisco Abuín, en un solar «en la equina entre las calles Benito Corbal y Sagasta». Después -y para cumplir el imperativo legal- se trasladó a San Amaro, que no se amplió hasta el año 1950, a la que siguieron extensiones posteriores.

Panteón de Andrés Muruais.

Panteón de Andrés Muruais. / Gustavo Santos

En sus primeros años, San Amaro no era precisamente del gusto de los vecinos. «Aún ahora a veces nos dicen que el cementerio está lejos», reconoce el sepulturero, «y peor antes: la gente no quería venir para aquí, consideraba que no estaba cerca de la ciudad y además dentro del recinto no había capilla», de modo que fueron las familias más destacadas de la ciudad las que dieron ejemplo, levantando sus panteones.

Es el caso de Riestra, y en general de «las familias más ilustradas» que también habían estado detrás de la transformación urbanística de Pontevedra. «Querían cumplir la ley, y además cada uno podía levantar su capilla y su panteón a su gusto», señala el profesional antes de incidir en que «el choque entre la fe y la razón que se produce a finales del XVIII y principios del XIX, la Ilustración, entra en Galicia por Pontevedra», con figuras como Muruais, Indalecio Armesto, algo que se traduce en el cementerio, donde «tenemos personajes muy relevantes».

Panteón neogótico, que perteneció al propietario del Café Moderno.

Panteón neogótico, que perteneció al propietario del Café Moderno. / Gustavo Santos

Cita en este punto a la marquesa de Patiño, a la que se ha señalado como la primera mujer aviadora, a Alexandre Bóveda, Josefina Arruti o María Victoria Moreno.

En sus primeros años, el camposanto no era del gusto de los vecinos. Las familias ilustradas dieron ejemplo y fueron las primeras en contar con panteones

Por lo que respecta a los monumentos funerarios, destacan especialmente el panteón neogótico, que pertenecía al propietario del Café Moderno, y el de la Virgen de la Luz, del dueño de Villar Pilar, realizado con una cúpula en mármol de Carrara. Fue erigido «con el dinero de la bolsa de Estados Unidos antes del crack del 29. Los propietarios vivían en América, aunque eran oriundos de Pontevedra» y decidieron levantar este espacio funerario con un enorme valor arquitectónico.

Tumbas de Vicenti y María Dolores Montero Rí­os.

Tumbas de Vicenti y María Dolores Montero Rí­os. / Gustavo Santos

Se suman a otros «también muy potentes, como en el que fueron enterrados la hija de Montero Ríos y su marido, que fue alcalde de Madrid, Eduardo Vincenti», señala el sepulturero. También Manuel Quiroga, Sánchez Cantón, Andrés Muruais, Méndez Núñez, el fotógrafo Francisco Zagala (que desafió en su época con una lápida en la que se lee «ciudadano») o la tumba de Indalecio Armesto y su simbología masónica.

Panteón de Indalecio Armesto, con simbología masónica.

Panteón de Indalecio Armesto, con simbología masónica. / Gustavo Santos

Con los grandes panteones, también hay tumbas «muy desconocidas, como la de la llamada La Emperatriz (Carmen Romero Veiga, que con sus características vestimentas se convirtió en una figura icónica de la ciudad), y dos mujeres chinas que fueron asesinadas, las dos únicas de su nacionalidad enterradas en San Amaro, tras un entierro judicial».

A mayores de los cementerios municipales (San Amaro, Campañó, Bora, Ponte Sampaio y Lourizán) están los parroquiales como Salcedo, Marcón o Alba, otros de los espacios en donde estos días se multiplica la afluencia y que son un fiel reflejo de nuestra identidad. Nuestros muertos nos representan y en estos espacios, constata Francisco Abuín, «observas como en ningún otro sitio los sentimientos, las lágrimas de amor de quien ha estado casado 60 años y echa de menos a su compañía de vida, el vacío de los padres que perdieron a un hijo, los arrepentimientos o la nostalgia de quien no supo o no quiso hablar...». Entre todas las emociones, tal vez sea la tristeza la que más nos acerca a la profundidad de lo que nos hace humanos.

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