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Homenaje popular a Armando Guerra

El Liceo Casino acogerá el próximo jueves, día 30, a partir de las ocho de la tarde, un homenaje popular a Armando Guerra, fallecido el pasado 25 de julio, organizado por un grupo de amigos en colaboración con los Black Stones, el grupo con el que actuó en los últimos años.

Armando Guerra.

Armando Guerra. / Rafa Vázquez

Pontevedra

Con motivo de este homenaje póstumo, reproducimos a continuación un amplio extracto de su semblanza juvenil que nuestro colaborador Rafael L. Torre escribió en este periódico hace nueve años dentro de su cabecera De Vuelta y Media, con el título de «Armando Guerra, el primer melenudo».

Con su bajo y su grupo, los Black Stones. |  Rafa Vázquez

Con su bajo y su grupo, los Black Stones. / Rafa Vázquez

«!Melenudo, cabrón!», «!Corta o pelo, maricón!»….Perdón por la dureza de la literalidad, pero estos eran los saludos más cordiales que Armando Guerra Filgueira recibía un día sí y otro también desde los andamios de las obras que afloraban por doquier en Pontevedra y sus alrededores a mediados de los años sesenta. Le llamaban de todo sin conocerlo de nada.

Ni que decir tiene que el destinatario de tales improperios no hacía honor a su apellido bélico. Todo lo contrario. En vez de Guerra tendría que haberse apellidado Paz, porque hacía oídos sordos y seguía su camino como si la cosa no fuera con él. Sus acompañantes lo pasábamos peor. Ahora produce incredulidad y risa, pero entonces Armando sufrió lo indecible por llevar el pelo largo.

Guerra a secas, como era conocido entonces, entró a formar parte por derecho propio de la intrahistoria de esta ciudad como el primer chico que abrazó la “beatlemanía” y lució con valentía el pelo más largo de Pontevedra desde que era un adolescente y estudiaba en el Instituto de Filgueira Valverde.

A lo largo de su adolescencia, tierna y gamberra a la vez, Guerra dio sobradas muestras de que era un auténtico ‘manitas’: fabricó un bajo eléctrico a partir de un violín y funcionó; dibujó como nadie las viñetas de ‘Hazañas Bélicas’, hizo maquetas de barcos o aviones y fue capaz de construir, en fin, el artefacto más insospechado.

La enorme popularidad de Armando Guerra entre la juventud pontevedresa se fraguó durante la segunda mitad de los años sesenta, cuando pasaba tardes enteras en la Alameda tocando su guitarra y cantando mejor que nadie las canciones de los Beatles: ‘Till there was you’, ‘A hard day´s night”, ‘I feel fine’ y tantas otras. Él aprendió a pronunciar el inglés con los discos de Los Beatles y aprendió a tocar la guitarra para cantar sus canciones. Armando fue un anglófilo empedernido que tuvo a Los Beatles como referencia para todo.

Aquella Alameda de nuestra adolescencia estaba llena de pandillas; unas eran más selectivas que otras y algunas presumían de cierto pedigrí y tenían números clausus. Armando tenía pandilla propia y un tanto selectiva, pero cuando se ponía a cantar sentado en la bancada de piedra de la Gran Vía, enseguida formaba a su alrededor un gran corro abierto. Algunas chicas se morían de ganas por conocerlo y escucharlo, pero no se atrevían a acercarse. No puede decirse que fuera guapo, guapo, pero con el pelo largo y un fino bigote curvo, amén de una sonrisa permanente, tenía su aquél. Era resultón.

Al rebufo del cambio que supuso el mayo del 68 y sin renegar en absoluto de su corazón ‘beatle’, Armando empezó a abrazar la filosofía «hippie”; aquella que contraponía el amor a la guerra. Y tras embarrancar en sus estudios de Preu, aceptó una propuesta de acogida por parte de su amiga Marián Diéguez Dapena y su novio Antonio, y se marchó a vivir con ellos en un piso de Madrid. Aquella aventura, con idea de vivir de la venta sus manualidades en el Rastro, resultó un fiasco y duró poco. Tras su vuelta a Pontevedra comenzó a barajar la idea de vivir de la música. Al fin y al cabo, era lo suyo y lo llevaba dentro.

Los Phoniks fue el primer grupo donde tocó de forma estable Armando Guerra, junto a otros nombres míticos del pop pontevedrés como Luís Nodar y Frank Jarver. Con distinta suerte, Los Phoniks participaron en numerosos festivales por toda la provincia, desde Cangas hasta Vilagarcía, donde resultaron vencedores. Así lograron un buen cartel que propició su primer contrato estable para animar los bailes juveniles del Liceo Casino, institución pontevedresa que apoyó mucho entonces a aquellos grupos pioneros.

Más tarde surgieron Los Verdugos, en donde coincidió con Andrés Puga, seguramente el mejor guitarra solista de aquellos conjuntos juveniles. Pero la maldita mili truncó pronto su continuidad.

Al concluir el servicio militar, además de volver a dejarse el pelo largo, Armando se fue con La Banda a tocar en Benidorm. Sin embargo, la experiencia veraniega resultó tan frustrante, que regresó a Pontevedra con la idea de abandonar la música para siempre; al menos como medio para ganarse la vida.

El destino siempre caprichoso puso a su alcance una oportunidad de oro que no desaprovechó: en noviembre de 1973 se encontró con un anuncio en el periódico de la agencia de publicidad Alas, a cuyo frente estaba el inefable Chalo Soto, que buscaba un dibujante. Armando acudió raudo y veloz, consiguiendo el empleo y cerrando su periplo juvenil

A partir de entonces, su lado musical quedó aparcado y dio paso a su vertiente creativa. Aunque parezca un poco extraño, Armando trabajó profesionalmente más tiempo como dibujante y publicista que como músico.

Pasado el tiempo, la incorporación de Armando a los Black Stones fue tardía, porque no formó parte del grupo original. Guerra perteneció a una generación anterior, pero cuando el conjunto necesitó un bajo, allí estuvo Armando en sustitución de su hermano Miguel. Y con ellos siguió muchos años, hasta su adiós tan doloroso, sin hacer apenas ruido y sin despedirse de casi nadie para no molestar.

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