Un hogar pontevedrés tan longevo que ya suma 268 años
La pontevedresa Adelina Ríos Sueiro cumple este domingo 101 años
Vive con su hermana Concesina, de 94, y un hijo con discapacidad intelectual, Rogelio, de 73
«Tenía mucho trabajo. Siempre trabajé toda mi vida», afirma la que fue cocinera de la conocida Casa Rogelio

Adelina Ríos Sueiro (izqd.), de 101 años, junto a su hijo Rogelio, de 73, y su hermana Concesina, de 94. Los tres viven juntos. / GUSTAVO SANTOS
En la casa de Adelina Ríos Sueiro hoy están de fiesta. Esta pontevedresa cumple 101 años y además de la celebración familiar espera la visita de la alcaldesa en funciones de Pontevedra, Eva Vilaverde, que le entregará el tradicional ramo de flores por parte del Concello.
Si ya los hogares en los que vive una persona centenaria son especiales por ese regalo de la vida con salud, en este caso todavía más, ya que vive con su hermana Concesina, de 94 años, y un hijo de la propia Adelina, Rogelio, un hombre con discapacidad intelectual de 73. Entre los tres suman 268 años, convirtiendo a esta casa en una de las más longevas de la ciudad de Pontevedra. Tienen servicio de ayuda a domicilio desde hace cuatro años y desde hace solo seis meses también duerme una persona con ellos todas las noches, para velar por su bienestar.
Adelina Ríos Sueiro es muy cariñosa y no escatima en besos y caricias durante la entrevista, pero eso no quita, como ella misma dice, que «siempre tuve mi carácter, no hay como tener genio y bondad». Es muy conocida por las generaciones de más edad del municipio, ya que era la cocinera de Casa Rogelio, un conocido restaurante con pensión en la calle Rosalía de Castro (antes Salvador Moreno). Allí paraban trabajadores de reconocidas empresas locales como las constructoras Raimundo Vázquez y José Malvar o la fábrica de celulosa Ence.
«Mis empanadas eran famosas, también se las hacía a los de la Casa del Mar y al ambulatorio (Virxe Peregrina)», cuenta a FARO. «Siempre todo el mundo me quiso bien porque era muy trabajadora. Siempre trabajé toda mi vida, tenía mucho trabajo», repite. En esa misma cocina estaba mano a mano con su hermana Concesina, que vive con ella desde que se quedó viuda hace unas dos décadas.

Adelina, en el salón junto a las fotos de la familia. / GUSTAVO SANTOS
El día a día en una casa como la suya no difiere mucho. Concesina es muy madrugadora, pese a que en diciembre cumplirá 95 años. Le prepara un gran zumo de naranja a su hermana y el desayuno a Rogelio. Esta nonagenaria, lejos de ser cuidada es cuidadora. Tiene buena salud y cada mañana hace gimnasia ayudándose de la barandilla del balcón de la cocina. Toma dos pastillas al día, eso sí, para la tensión y los vértigos. En esto hay que decir que Adelina le gana: no toma ni una sola medicación y es capaz de leer el periódico a diario sin gafas y ver la tele de lejos de igual modo.
Su buena salud debe de ser algo genético, ya que los tres, Rogelio también, pasaron la pandemia del coronavirus sin contraer la enfermedad. «¿Qué es eso?», pregunta Adelina sobre este virus, ya que le ha sido totalmente ajeno. Casi ni recuerda que acudió personal sanitario a vacunarlos a domicilio.
Cuenta su nieta Ángeles que «durante el confinamiento, mi abuela aprendió a hacer videollamadas con las instrucciones que yo le mandé».

Concesina muestra como hace gimnasia en la cocina. / GUSTAVO SANTOS
Hasta hace poco Adelina salía, pero ahora su movilidad no se lo permite. Es Concesina la que sale a dar paseos y hacer recados. Por su parte, Rogelio camina a diario por el barrio acompañado de una de las cuidadoras.
Adelina tiene tres hijos: Celso, Andrés y «Rogelito», como ellas lo llaman, «la cosa más buena del mundo». Además, la centenaria tiene cinco nietas y cinco bisnietos.
No hay muchos secretos para vivir al menos hasta los 101 años, como es su caso. Su nieta Ángeles cree que «vive tanto porque siempre ha tenido un carácter espectacular y ha trabajado un montón».
«También mi abuelo era muy querido; cuando él murió se llenó la iglesia. Había gente de todas las clases», recuerda.
Y es que el matrimonio siempre fue generoso con los más necesitados, dándoles comida cuando pasaban por el negocio.
«Todo el mundo me quiere, no sé si es cosa de dios o de los santos. Yo al menos sé que fui buena con todo el mundo», afirma Adelina, que no pierde su sonrisa picarona y mirada chisposa ni cuando posa para la cámara.
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