«Casi se pelean por la última radio»

El apagón supuso toda una vuelta a lo analógico: pagos en efectivo, facturas en papel y radios para seguir la actualidad. Los transistores fueron, con los hornillos de gas, las pilas y las velas, los productos más demandados, y muchos grupos optaron por juntarse en la calle para seguir las noticias.

La profesional de Mardy muestra en la pantalla hornillos a una amiga de la profesora Blanco, que cedió su camping gas a Soremay.

La profesional de Mardy muestra en la pantalla hornillos a una amiga de la profesora Blanco, que cedió su camping gas a Soremay. / Gustavo Santos

Pontevedra

«Fue tremendo, aquí casi se pelean por la última radio. Me quedaba la última y discutieron si la habían visto unos u otros», resume Loli Portela desde Euronics Mardy, una de las tiendas de electrodomésticos que durante el apagón vivió una de las jornadas más intensas del año.

«Lo único que vendí durante la tarde fueron pilas, linternas y radios, hasta que agoté todo», explica. A las 20 horas cerró finalmente la verja «porque ya no se veía dentro tampoco», tras una jornada en la que se sucedieron «colas durante todo el tiempo: de hecho fuimos a la tienda de A Barca a buscar más radios y mercancías que vendimos aquí».

Especialmente, los clientes solicitaron hornillos de camping gas, que se agotaron ya durante la mañana «y eso que también las ferreterías estaban a tope», señala la profesional.

Una de sus clientas, la profesora Mari Carmen Blanco, acudía ayer con sus amigas para recomendarles el camping gas que compró en Mardy y que prestó, explica, a una residencia de mayores para que la plantilla pudiese cocinar y alimentar a los internos.

«El pasado día 19 cumplí años, y como la verdad es que tenemos de todo les dejé caer a mis hijos que quería un camping gas. Me lo regalaron y ese día invité a comer a toda la familia», relata. Su sobrina vio el hornillo y tras irse la luz «me lo vino a pedir porque ella trabaja en la residencia Soremay. Aún lo tienen allí», explica satisfecha de haber contribuido en un momento insólito. «Para eso hay que estar en estos momentos, para ayudar», concluye.

La profesora del colegio Doroteas Mari Carmen Blanco cedió su camping gas para elaborar los almuerzos y cenas en la residencia de mayores Soremay

Otros vecinos sencillamente rescataron «el cartucho de camping, la linterna y la cocinita que usábamos cuando teníamos la caravana», señala Lourdes Varela. Hace años que sus niños son mayores «y no volvimos a salir» de acampada, pero conservaba los útiles en el trastero y los rescató horas después de iniciado el apagón.

Un grupo de pontevedresas, reunidas alrededor de una radio en la calle Marquesa.

Un grupo de pontevedresas, reunidas alrededor de una radio en la calle Marquesa. / Gustavo Santos

En general, fue una jornada de vuelta a lo analógico: facturas a mano, pagos en efectivo en las tiendas y, por supuesto, el regreso a la radio más tradicional. «Yo tenía un walkman que me regalaron mis padres hace décadas y me pasé la tarde escuchando sobre qué estaba pasando», señala Javier Lozano.

Como él, numerosos pontevedreses recurrieron a los transistores y varios se juntaron en las calles para seguir la actualidad, aprovechando la jornada calurosa para compartir la información de la que iban disponiendo.

Los contratiempos no fueron menores para los que cuentan con paneles fotovoltaicos. Se encontraron con que las placas funcionaban y un día soleado, pero aún así sus viviendas se quedaron sin electricidad, dado que las instalaciones se desenergizaron

La mayoría reconoce que recorrió varias tiendas y bazares «pero no queda ni una radio», así que optaron por pedirla a unos vecinos o sumarse a los grupos improvisados que se formaron en la calle.

También la demanda de velas se multiplicó por mil, y a última hora los supermercados seguían recibiendo peticiones de clientes que buscaban como alumbrar la cena y hacían acopio en previsión de que el apagón se prolongase varias jornadas.

Los contratiempos no fueron menores para los que cuentan con paneles fotovoltaicos. Se encontraron con que las placas funcionaban y un día soleado, pero aún así sus viviendas se quedaron sin electricidad, dado que las instalaciones se desenergizaron por el llamado sistema de protección anti-isla.

«Los únicos que no tuvieron ese problema son los vecinos que tienen baterías», explica Carmen García, vecina de Campelo cuya vivienda cuenta con instalación fotovoltaica. Las casas que cuentan con inversores modernos para operar en modo isla se desconectaron físicamente de la red y pasaron a ser alimentadas exclusivamente mediante energía solar y la almacenada en las baterías.

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