El mago que da cien vidas a tus zapatos favoritos
Zapatero remendón, un oficio que pocos continúan «porque no compensa el trabajo». De esos a los que se llega como aprendiz pero van contra los tiempos modernos. Ares es un excelente representante de este gremio capaz de rehacer una bota entera.

Pepe Ares, «restaurando» una bota de piel muy querida por su dueña. / Gustavo Santos
«¡Son 43 años ya!» dice Pepe sin dejar la bota que le trae de cabeza desde hace horas. Está sentado detrás del mostrador de su pequeño local: Ares «Reparación de calzado»; un establecimiento de esos con solera que tienden a desaparecer. Porque Pepe es zapatero remendón un oficio del que ya no quedan muchos profesionales. «Ahora mismo esto no es rentable. Los materiales subieron un disparate. Y los zapatos cada día son de peor calidad, lo que complica mucho trabajar con ellos. A veces digo... No los toco porque si lo hago se me queda en la mano. Trabajo hay, pero no te deja margen, es mínimo. Trabajas mucho y vas entrampando para seguir», cuenta él que por eso es un oficio que está prácticamente desaparecido.
También influye la manera actual de formarse y trabajar. Antes, muchas profesiones como esta en las que las manos, la experiencia y la tradición tienen un valor fundamental, se aprendían en los talleres donde el maestro enseñaba al aprendiz. Un pupilo que, por lo general era un niño cuando empezaba. Pepe representa eso, pues él mismo aprendió el manejo del calzado viendo a su padre cuando solo tenía 13 años. «Me sentaba junto a él y miraba cómo lo hacía. Luego yo intentaba hacer lo mismo. Entonces no había tiempo para enseñar, había mucho trabajo», recuerda.
Es una labor de artesano. Rehaces la pieza de arriba a abajo, ya nadie hace eso porque no compensan ni el esfuerzo, ni el tiempo que tienes que dedicarle
Siempre trabajaron juntos, mano a mano. Los años pasaron y llegó un momento en el que el patriarca de los Ares, Servando, ya no pudo más. «Trabajaba más de veinte horas al día. Llegaba a las dos de la madrugada para ponerme con los encargos, porque había mucho que hacer. Y por la mañana había que atender a la gente. No quedaba otra», cuenta con resignación. Aquellos fueron tiempos malos en los que se puso al frente el negocio familiar para tirar del carro, porque de él vivían sus padres y un hermano que, por su discapacidad, no podía ayudar. «En aquellos años no podía decir que no, había mucho trabajo», cuenta mientras encola unas botas de ciclismo. Con la ayuda de la prensa, una de las máquinas que heredó del negocio que inició Servando, deja que sellen.

El maestro zapatero se afana por devolver a una desgastada y vieja bota todo su esplendor, cueste lo que cueste. / Gustavo Santos
Pero, aunque él es discreto y no entra en detalles más allá de reconocer que tiene mal genio, quienes le conocen dicen que por aquel entonces «envejeció diez años». También que «es perfeccionista. Prefiere hacer bien el trabajo, lleve las horas que lleve». Él también recuerda lo bueno. «Mi padre era una máquina haciendo zuecos», dice con una sonrisa. Hace ya quince años que Servando les dejó y desde entonces lleva su taller en solitario, aunque a veces le acompaña su mujer, lo que hace el día más llevadero y los clientes agradecen porque recibe con una sonrisa en los ojos.
La gente no deja de entrar en este pequeño local, casi invisible desde la calle. Pero Pepe no se distrae de su labor. Un duro trabajo que muchos no entienden desde el otro lado del mostrador. «Es una labor de artesano. Rehaces la pieza de arriba a abajo, ya nadie hace eso porque no compensan ni el esfuerzo, ni el tiempo que tienes que dedicarle», sus manos no mienten. Son rudas, fiel reflejo de lo que en apenas unos minutos con él se puede observar: la dura tarea. Pero él tiene claro que en esto se jubila. «Me quedan diez años».
Padre de un campeón
Pepe sabe que con él morirá esta estirpe de zapateros remendones. Pero tiene la satisfacción de contar con un deportista en casa. Es Anxo Ares, su hijo, campeón de España élite júnior de Hard Enduro (carrera de motos todoterreno). «Está luchando es una disciplina muy cara y aunque trabaja hay que dedicarle tiempo y dinero», dice Pepe. Pero conoce su tesón, por eso sabe que la zapatería acabará cuando él se jubile. Para entonces espera ver los éxitos de Anxo.
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