Pegados a la actualidad
Cada vez menos, ya que en los últimos años han desaparecido decenas de estos puntos de venta, los quioscos continúan siendo punto de encuentro diario de una clientela fiel, desde hace medio siglo en el caso de El Naranjo, y desde 1947 en el de Ruinas de Santo Domingo, decano de la Boa Vila.

Susana Domínguez es la segunda integrante de su familia al frente de la librería-quiosco El Naranjo. / Gustavo Santos
La falta de un registro histórico exhaustivo complica determinar cuáles fueron los quioscos más antiguos de Pontevedra, si bien con seguridad el de Landín, ubicado en la antigua estación de trenes, y el de Paredes, que solicitó licencia en 1912 o 1913 para vender en A Ferrería, figuraron entre los decanos de la venta de prensa en la Boa Vila.
Estos establecimientos se multiplicaron en las décadas siguientes, especialmente en las principales plazas y calles comerciales, y se convirtieron no solo en un espacio de venta de prensa y revistas sino también de encuentro de los vecinos.
Es un aspecto que continúa valorando Susana Domínguez Fernández, la segunda generación de su familia al frente de la librería y quiosco El Naranjo, que el próximo año celebrará sus bodas de oro en el mismo bajo de la calle Naranjo. Explica que su trabajo es «muy entretenido, al final vas conociendo a todos los clientes, acabas haciendo amigos. Siempre charlas y esto acaba siendo un punto de encuentro, de sociabilización».
Sus clientes son, sobre todo, vecinos del centro histórico y su perímetro más inmediato, «aunque también tengo mucha gente que en su momento vivió aquí, después se desplazó pero que continúa viniendo los fines de semana, o me piden que les guarde algo que les interese. La verdad es que es una clientela bastante fiel» reconoce.
Su madre, Rita Fernández García, fundó la librería en 1976. «Siempre hemos vendido prensa, y también libros y papelería», explica su sucesora, que se enorgullece merecidamente de que «ahora mismo es uno de las más antiguos» con la misma actividad, dado que otros muchos quioscos «o bien cambiaron de dueño o fueron cerrando».
Como otros propietarios de puntos de venta de prensa, Susana Domínguez constata que el negocio «ha cambiado muchísimo, en la prensa escrita ha hecho mucha mella internet y desde la pandemia mucho más. Al que le gusta leer libros continúa leyendo en papel, que yo creo que no desaparecerá, pero el tipo de consumo de prensa ha cambiado muchísimo, las edades de los clientes, todo es distinto».
Los mismos libros y periódicos «también han cambiado muchísimo» y con ellos las preferencias de los clientes. «Antes pedían muchos cómics y ahora mucho menos, aunque vuelve otra vez mucho la viñeta, y la prensa es asimismo muy diferente, como el mundo se ha transformado».
Otro tanto refiere el decano de la venta de prensa, Jesús García Ramírez, desde el quiosco Las Ruinas de Santo Domingo. «Hoy no se vende ni la décima parte de lo que se vendía en los años 80 o 90», refiere desde este establecimiento que abrió sus puertas en 1947.
«Siempre hemos estado en el mismo sitio» de la calle Riestra, detalla, «salvo un año que tuvimos un local provisional porque se construyó este edificio». Lleva ya 50 años al frente del negocio (tomó el relevo de su padre, Antonio García Montes) y lamenta el declive del papel. Lo ejemplifica recordando que «en Madrid, donde más periódicos se vendían, se ha pasado de 800 quioscos a unos 200», y en Pontevedra consigue contar apenas «una docena, han cerrado muchísimos».
Se duele de que el papel «se está muriendo, desaparece, y lo hará más pronto que tarde».
Asegura que si vuelve a abrir la verja cada día es «por mi mujer», que lo anima a continuar. Y es que si profesionales más jóvenes valoran aspectos como el trato diario con los clientes y el hecho de generar una pequeña comunidad, a sus 81 años Jesús García Ramírez se declara «cansado» de su labor diaria y reconoce que no para de repetirle a su mujer que «me largo. Son muchas horas, muchas de ellas muertas, se vende de mañana y algo a mediodía, y después está la tarde para las devoluciones, muy trabajosas. Por mi ya no estaba».
Es no obstante una perspectiva de la que ni quieren oír los clientes de estos veteranos quioscos, fieles a la actualidad y también a pequeños placeres. Lo explica una de las muchas incondicionales: «Me gusta leerlo, también el olor, pasar las hojas y hasta reutilizarlo. Siempre lo preferiré a una pantalla».
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