Una noche con la Cruz Roja: caldo, café y bocadillos a gente sin hogar

La organización atiende semanalmente a cerca de 30 personas en situación de calle | Trabajadoras sociales: «Normalmente son las personas de siempre, aunque sí que hay algunas nuevas, efectivamente»

Miguel y José Manuel, hablan con los voluntarios de CruzRoja, mientras entran en calorcon un caldo de pollo y un café.

Miguel y José Manuel, hablan con los voluntarios de CruzRoja, mientras entran en calorcon un caldo de pollo y un café. / Rafa Vázquez

Pontevedra

Miguel recibe con una sonrisa. Ya estaba riéndose con unos compañeros en las escaleras de uno de los edificios del Museo antes de ver a la comitiva de Cruz Roja que, con el carrito a cuestas, cargaba la «merienda» como hace todas las semanas. «¿A qué no sabes de dónde soy yo?», pregunta con un acento inconfundible del sur y unos ojos oscuros llenos de picardía. Tiene el pelo negro, la piel cetrina y una guasa que le hace hablar sin vergüenza. «Yo nací donde la Lola Flores. Soy jerezano», espeta antes de que pueda contestar con el pecho henchido. Mientras, mueve una de sus manos donde sujeta un pitillo. Sin embargo, hace mucho ya que Pontevedra es su hogar. Un hogar entre comillas, porque Miguel, duerme en la calle. «Aquí todos nos reímos, mira, ¿sabes cómo se llama este? ¿Y este?» , continúa con la ilusión de quien presenta a sus amigos.

Y es que no está solo. Junto a él se sienta José Manuel, un joven de 33 años al que la vergüenza le hace retirar la mirada cuando habla, desviando dos ojos de azul fuerte que resaltan en su tostada cara. Parece un peregrino que hubiera hecho una parada para descansar. Con sus botas de montaña, su sudadera de senderismo y unos pantalones cortos que dejan al aire unas piernas morenas del sol. «Soy de Asturias, pero vivo aquí», contesta él. El trío lo completa Carlos. Él no se sienta, el suelo de la entrada del Museo está recién fregado, algo habitual a estas horas de la tarde. Pero, menos a él, al resto de los «inquilinos» de este porche no les importa. Sentados sobre mochilas y chupas deportivas mantienen su sitio.

Más de 250 personas atendidas en 2024.   Solo en Pontevedra y dentro del proyecto de «Atención Integral a Personas sin Hogar», la entidad atendió el año pasado a un total de 253 personas, realizando más de 2.500 intervenciones, según datos de Cruz Roja publicados por FARO. | RAFA VÁZQUEZ

Más de 250 personas atendidas en 2024. Solo en Pontevedra y dentro del proyecto de «Atención Integral a Personas sin Hogar», la entidad atendió el año pasado a un total de 253 personas, realizando más de 2.500 intervenciones, según datos de Cruz Roja publicados por FARO. | RAFA VÁZQUEZ

«Yo vengo a verles porque son mis amigos. ¡Ese es un tío divertido!», cuenta Carlos señalando al compañero andaluz. Mientras hablan, los voluntarios de Cruz Roja les ofrecen algo de merienda, un poco de comida sólida, bebidas calientes que reconforten y botellas de agua. «Yo no quiero, dáselo a ellos», responde Carlos a una de las voluntarias. Cuenta que él es feliz pasando el tiempo en compañía de sus amigos. «Son muy buenos, muy buenos». Viene cada día a verles a pesar de que él no duerme en la calle. «Tengo una pensión y donde dormir, por eso, cuando ellos lo necesitan les ayudo, porque para eso estamos», explica. De vez en cuando tiene suerte y otro colega que trabaja haciendo chapuzas le llama para hacer alguna ñapa, «pero solo es alguna vez que le ayudo, nada más», dice. Aunque asegura que lo que tiene lo intenta compartir con sus amigos, entre los que Miguel es una pieza indispensable, deja claro que él tiene otra situación distinta a ellos.

Y es que vivir en exclusión social es un tipo de vulnerabilidad extrema, por la que el individuo se queda al margen de la vida cotidiana del entorno en el que está. Fuera de las rutinas y costumbres establecidas, fuera del mercado laboral y formativo y fuera del circuito social. En su lugar pasa a un estado caracterizado por la dependencia de organismos públicos y privados, dedicados a servicios sociales, perdiendo poco a poco la agencialidad. Es por ello que existen programas de reinserción social y proyectos, mucho más concretos, dirigidos a evitar que se corte definitivamente el lazo que une los dos mundos.

Es el caso del proyecto de «Atención Integral a Personas sin Hogar» de Cruz Roja, una iniciativa que consigue cada año algún que otro milagro a base de trabajo y dedicación. «En la calle hay de todo un poco. Hay gente que está muy cronificada. Gente menos cronificada…Es complicado. Pero todos los años conseguimos que, por lo menos, una o dos personas de las que están en esta situación salgan adelante», afirma Lupe Blanco, formada en Trabajo Social y actualmente técnica del proyecto en Pontevedra.

El equipo que sale a la calle está integrado por técnicas de Cruz Roja y voluntarios. Y, como mínimo, tiene que contar con dos o tres personas de apoyo, aunque suelen ser más. «En cada salida asistimos de media a unas 24 o 25 personas en situación de calle en Pontevedra. Aunque lo máximo que nos estamos encontrando últimamente en todas las salidas son 27 o 30 personas», señala Lupe. Afirma que, a pesar del aumento de usuarios de las meriendas, «normalmente es la gente de siempre. Aunque sí que hay gente nueva, efectivamente», aclara Lupe.

Dos voluntarios llena los termos de café y caldo. |  Rafa Vázquez

Dos voluntarios llena los termos de café y caldo. | Rafa Vázquez

El equipo estudia los casos de cada una de las personas que participan en el proyecto. «Los voluntarios a pie de calle les informan sobre los recursos disponibles y a dónde pueden acudir. Y para ciertos tipos de ayudas y prestaciones los derivan a la entidad. ¿Qué pasa? Pues que hay gente que, efectivamente, no viene a la entidad. Por eso, los voluntarios que salen a la calle, son el nexo de unión para que estas personas avisen de lo que les ocurre. Por ejemplo, que puedan necesitar un saco de dormir. Es gente que llevamos tiempo atendiendo. También los voluntarios son los que se encargan de avisar si ven algún caso sangrante. Es decir, alguien que esté en una situación especial de vulnerabilidad. Ahí somos nosotras, como técnicas del proyecto, las que nos personamos en los sitios donde ellos pernoctan para poder ayudarles y acompañarles en lo que necesiten, que es nuestra labor principal. Se trata de acompañamiento y apoyo, apoyo», recalca Lupe.

Los «huéspedes» del Museo han recibido una visita especial. Acaba de llegar Pablo y todos se alegran, empezando por los voluntarios, que le dan un abrazo. Su atuendo y formas alejan de él cualquier indicio de que forme parte del censo de usuarios que, semanalmente, meriendan con el equipo vermello. Pero sí, Pablo lleva «un tiempo» dentro del programa «porque no estoy pasando un buen momento», cuenta tranquilo mientras caminamos por la calle Peregrina. Cada martes y cada jueves se une a los voluntarios y les acompaña por todos los puntos donde hay gente esperando al equipo. «Me gusta, así les saludo», comenta. «Al principio solo conocía a uno, pero me ha ido presentando a todos, poco a poco los voy conociendo más. Pero vamos, que esto es solo ahora, en cuanto pueda volveré a lo mío», afirma este chico cuyo sueño es ser agente forestal antes de llegar al siguiente punto, unas galerías ante una de las fuentes más conocidas.

Pero allí, sus «inquilinos» quieren estar tranquilos y prefieren no hablar con nadie. Así que son las trabajadoras sociales las que se acercan hasta el «recuncho» que les sirve de refugio improvisado para valorar cómo están. En un gesto de humanidad que es también una labor de intervención social. «Es un recorrido establecido, porque ya sabemos donde se encuentran las personas. Además, ellos saben que todos los martes y todos los jueves, vamos a salir a visitarles acercándonos a su zona y suelen esperar a que lleguemos. Aunque, a veces, podemos modificar ese recorrido porque se ha detectado otra persona que está en otro lugar o los vecinos nos avisan de que hay alguien que se encuentra en la calle. Entonces les avisamos que nos pasaremos por allí y modificamos el recorrido para añadir esa asistencia», revela Lupe.

Un punto espinoso.  Uno de los momentos álgidos en el recorrido es la parada en A Ferrería, corazón de la ciudad y punto de encuentro diario de algunas de las personas que conforman el grupo minoritario de «problemáticos», donde las visitas de la Policía Nacional son habituales.

Un punto espinoso. Uno de los momentos álgidos en el recorrido es la parada en A Ferrería, corazón de la ciudad y punto de encuentro diario de algunas de las personas que conforman el grupo minoritario de «problemáticos», donde las visitas de la Policía Nacional son habituales.

«Dedicamos el tiempo que ellos necesiten»

El recorrido se hace por la tarde cuando todavía la calle está llena. Pero nadie se fija en las personas sin hogar. «Es para poder encontrar al mayor número de personas. Y una vez salimos a la calle, ya no hay un horario establecido para cada parada, es orientativo, ya que dedicamos el tiempo que las personas a las que atendemos necesiten. Y ellos lo saben», explican las técnicas del proyecto.

Lupe Blanco. |  R.V.

Lupe Blanco. | R.V.

Técnica: «Es cuestión de escucha, que muchas veces es lo que más necesitan, más que la comida»

Antes de cada salida las instalaciones que Cruz Roja posee frente al Centro de Tecnificación Deportiva sirven como puerto base donde se prepara la «merienda» y desde donde parte la comitiva. «Aquí calentamos la leche y preparamos el café. También se hacen los bocadillos, después de pasar por el supermercado. Los llevamos de chorizo, queso... Variados. Además tenemos sopas, que también se calientan aquí y luego llevamos en los termos. Y hoy, además, daremos cruasanes», explica la responsable de comunicación de la entidad, Irma Domínguez. Bocadillos, caldo de pollo y café para calentar el cuerpo antes de pasar la noche al ras.

Todo es ofrecido a todo el mundo y son los usuarios del programa los que deciden qué les apetece. «No todos quieren de todo», cuenta ella. Se trata de garantizar que dos noches a la semana tengan algo que tomar que aporte energía y calor a sus cuerpos, para sobrellevar mejor pasar la noche a la intemperie, que es la realidad diaria de casi todos ellos. «Aunque el equipo va rotando, salen todos los voluntarios con frecuencia y ese vínculo es muy importante. Al final es escucha, que muchas veces es lo que más necesitan, más que la comida. Es una parte muy importante», explica Irma.

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