Una estirpe de ferreteros de casi ochenta años
Poco a poco Pontevedra va perdiendo los viejos comercios locales que levantaron la economía moderna. Es por ello que contar aún con representantes del siglo pasado de la talla de Ferretería Gallega, supone un lujo y un bien cultural inmaterial irremplazable

Los herederos del clan Araújo, al pie del cañón tras el mostrador. / Rafa Vázquez
Sin parar. Así se trabaja en la Ferretería Gallega, un establecimiento que va camino de convertirse en el más longevo de una zona vieja que sin los centenarios La Navarra e Imprenta Peón, se está quedando huérfana de historia. Así, esta saga de ferreteros de Marcón sin quererlo, se están convirtiendo en guardianes de una tradición que empezó en el año 1946, con su tío, el primero de la familia Araújo Loureiro, que montó el local que hoy todos conocen. No pasó mucho tiempo hasta que decidiera marchar para hacer las Américas y se instaló en Venezuela, donde hizo algún capital, dejando el negocio pontevedrés en manos de sus hermanos pequeños Benito y Manuel, juntos levantaron este comercio tan singular, con el apoyo de la mujer de este, Delfina Cortegoso.
En este inmenso comercio de la calle Real el olor a metal y humedad es tan intenso como el fulgor de los cientos de tiradores, bisagras, tornillos y llamadores, que se ven de golpe nada más abrir la puerta. Su solera trasciende incluso a la de la cestería de al lado que, a su lado, es una jovencita de apenas 40 años.
Abril de 2025 es una fecha clave, ya que la ferretería empieza la cuenta atrás para entrar en las ocho décadas de historia, pues 79 años lleva acompañando a los pontevedreses viendo cómo crecía la ciudad y cómo se transformaba. Hoy siguen al frente Benito Luis «Koki» y Luis Miguel Araújo, primos e hijos de los precursores, que cogieron el testigo en solitario en 2016 tras la muerte de la matriarca, y montaron una sociedad.

Luis y Koki, en la inmensa trastienda del local. / Rafa Vázquez
Ambos, se afanan por mantener la esencia de un legado familiar que tiene el orgullo de haberse mantenido en pie, pese a las dificultades de los tiempos modernos. «Nuestro homenaje es perpetuar lo que ellos comenzaron, lo hicieron con todo el cariño del mundo, nos lo pusieron en la mesa. Y nosotros, en la medida que hemos podido, lo hemos continuado hasta el último de los días, cuando Internet ha cortado mucho las ventas», dice Luis que se «medio jubiló» hace poco más de un año, casi coincidiendo con las obras que hubo que hacer en el techo, porque alguna que otra viga «estaba podre».
Ambos son los últimos de una estirpe dedicada a un oficio que camina entre el servicio y la adivinación. «Busco un chirimbolo para sujetar la puerta», «quiero clavos de rosca» o «necesito un rasca rasca», son algunas de las cosas que más se repiten entre los clientes. Tanto es así, que los empleados de la crepería que hay cerca recogieron algunas de las palabras indescriptibles con las que los vecinos piden lo que están buscando, y las pusieron en la pizarra del menú, que lució en la puerta de la ferretería, para risa de todos.

El comercio histórico tiene su sede en la calle Real 30 / Rafa Vázquez
«No puedo esperar a que mi nieto coja las riendas»
«Hoy por hoy cubrir los gastos y llegar a fin de mes cuesta Dios y ayuda», dice Luis. Aunque ya no sea lo mismo, de momento van a continuar, porque «aquí hay mucho material», dicen a pesar de tener dudas sobre la posibilidad de cumplir abiertos los nueve años que le quedan a Koki para jubilarse. Nadie va a coger el testigo. Koki no tiene hijos y las tres de Luis viven fuera, entre Cádiz, Alemania y México. «Mi heredero podría ser este de la caña», dice Luis sosteniendo una foto de su yerno en una playa mexicana, pero sabe que no es posible porque en el país norteamericano la familia de su hija ha encontrado su lugar. «Allí vende artesanía», cuenta feliz.

Sergio, es el último de los empleados que sigue con ellos, empezó en Varela y ahora cumple 7 años en la Ferretería Gallega. / Rafa Vázquez
«No puedo esperar a que mi nieto coja las riendas, tiene pinta que va a ser un lumbreras». Pero, aunque no sigan, sienten el orgullo de haber mantenido el legado y compromiso que adquirieron. «Para mí, ver que la gente que ha trabajado aquí pudo llegar a la jubilación con nosotros es un logro. Mi padre y mi tío, allí donde estén, estarán contentos de que hayamos sido capaces». Hoy Sergio es el último de los «aprendices» de la Ferretería Gallega. Siete años lleva con esta familia y se perfila como el último ayudante de esta estirpe al servicio de la gente.
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