La despedida del último alfolí
La sal fue durante siglos uno de los grandes negocios de Pontevedra y en la ribera del Lérez se multiplicaron los alfolís, almacenes dedicados a este preciado producto que abastecían a los barcos. Un proyecto urbanístico amenaza al último de estos testigos de la historia marítima de la Boa Vila.
«Echando a perder, se aprende», dice el refrán, que a estas alturas atufa en exceso a campechano: no nos funciona como estrategia de aprendizaje. Es, con matices, la crítica generalizada de la cultura a la vista del nuevo margen para la equivocación que se da Pontevedra: el banco malo proyecta derribar el último de los históricos alfolíes (almacenes de sal) que se conserva en la ribera del Lérez.
Está situado en la esquina de la avenida de Uruguay y la calle Galera y ya se enfrentó a la piqueta hace más de una década, cuando se derribó la estructura de mayor valor patrimonial del edificio, el antiguo fumeiro.
Esta chimenea nacía del suelo (se supone que en la base se encontraba una lareira) e historiadores como Juan Juega documentaron diferentes cambios estructurales a lo largo de la historia de un inmueble que, con total seguridad, es anterior a 1.700.
«La sal fue históricamente una moneda muy valiosa y en Pontevedra, como en varias localidades de la ría, funcionaban distintos alfolís», explica el investigador José M. Pidre Novás, autor de obras sobre la historia de la Boa Vila como «Pontevedra, el despertar de la villa», pero nuestro infeliz protagonista era probablemente el más especial. «El río llegaba hasta el edificio y disponía de embarcadero propio. A continuación estaba el puente de O Burgo y el primer muelle importante del Lérez, en donde descargaban los barcos».
La descarga se hacía por turnos «y tras los desembarcos los galeones se quedaban amarrados en medio de la ría, de modo que este alfolí estaba situado en una zona con muchísimo movimiento».
Estos almacenes eran concesiones públicas que se adjudicaban mediante subasta y sobre los que la administración ejercía un exhaustivo control. La sal, por su parte, se transportaba generalmente en barcos, en una época en la que el traslado de los fardos hasta una localidad como Santiago mediante diligencia se demoraba entre 7 y 8 horas, acortadas sensiblemente si se usaba la vía marítima a través de Padrón.
Estos almacenes eran concesiones públicas que se adjudicaban mediante subasta y sobre los que la administración ejercía un exhaustivo control. Estaban estrictamente reguladas las estibas y su orden, el transporte y las tasas a abonar
La estiba y el transporte estaban muy regulados. En los protocolos notariales que conserva el Archivo de Pontevedra se documenta que al nuevo arrendatario de un alfolí se le «obliga a poner al costado de los buques conductores según el turno que obtengan los Galeones de cubierta que sean necesarios, acondicionados, bien estancos de quilla y aparejos con la tripulacion correspondiente. Tambien se obliga a poner las personas que sean precisas para el acarreo a los Alfolies, operación del peso y demas que sea necesario hasta dejarla bien colocada».
Los enseres para la ejecución de este servicio los pagaba el concesionario del alfolí «quien se pondrá siempre de acuerdo con los Administradores antes de poner los Galeones. Si obcurriese que al llegar estos cargados a los puntos de descarga sobrebiniese mal tiempo que no lo permitiese, no podrá reclamar perjucio alguno, y mientras que aquel continúe dispondra el situar los Galones en donde ofrezca mayor seguridad para su permanencia». El arrendatario también estaba obligado a responder de cualquier averia «que obcurra por pericia descuido o abandono» salvo causa imprevista o inevitable.
A cambio, los servicios no eran precisamente baratos: «40 reales por cada 100 fanegas de sal de 112 libras castellanas que conduzca desde el fondeadero de Marin hasta dejarla entregada en los Alfolies de esta capital; 30 reales por igual numero que conduzca desde el mismo fondeadero hasta los alfolies de dicho Marin; 51,5 reales por igual cantidad que del mismo modo transporte y acarree en Cambados; 53 reales por id en Villagarcia; 51 en Redondela; 42 en Cangas y 41 en Vigo».
Al tratarse de un negocio pujante, en la ribera del Lérez se multiplicaron estos almacenes, como los adquiridos por Riestra en las inmediaciones del puente de A Barca y que desaparecieron a mediados del siglo XX. El único que sobrevivió, reconvertido ahora en viviendas, es el llamado de Carrascal que funcionó como alfolí hasta mediados de siglo y posteriormente se utilizó como depósito de carbón.
También el alfolí de Galera tuvo uso como almacén de carbón. Precisamente la imagen inédita del histórico fotógrafo Novás Rarís que ilustra esta página fue captada hacia 1906 y en ella se observa el embarcadero y el cartel del negocio que refiere esa otra función.
Es un testigo único de la historia, que si la ética o las administraciones no lo remedian dará pasó a flamantes apartamentos de lujo en los que brindar (apretados, que el precio del suelo no da para más) por nuestra campechanía.
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