Un mercadillo de flores diluido
Contó con apenas una veintena de puestos y los vendedores piden mejoras como una carpa
“El día propio es mañana, pero no va a acompañar el tiempo”. Una de las vendedoras explica así la imagen que presentaba en la mañana de este domingo el mercadillo de flores, con apenas una veintena de puestos, ni la mitad del periodo prepandemia. Tampoco ayudan el encarecimiento de los precios de la flor (no pocos cultivadores aseguran que “seguimos a costa de sacrificar casi todos los beneficios”) y que “la gente lleva adornando los cementerios toda la semana”, explican.
“Hay muchos menos puestos”, coincide Josefa García, que vende desde hace más de 20 años en el mercadillo las rosas, crisantemos, paniculatas o dalias que ella misma cultiva “en una finca a 5 kilómetros de Pontevedra”, explica esta profesional a la que acompaña su nieta en el puesto y que es una de las que aboga por medidas que potencien el mercadillo.
Abraham Otero, que vende flores en A Ferrería desde hace 12 años, critica que al mercadillo “lo están dejando morir, deberían de poner una carpita para que no tuviésemos que trasladar hierros y plásticos para cubrir en caso de lluvia”. Es uno de los que lamenta que “nos han aumentado el precio” por participar, pasando de 50 euros por un puesto de 10 metros “a 100, el doble”.
Abraham Otero, que vende flores en A Ferrería desde hace 12 años, critica que al mercadillo “lo están dejando morir, deberían de poner una carpita para que no tuviésemos que trasladar hierros y plásticos para cubrir en caso de lluvia”
“Con una carpa habría más clientes, pero sobre todo habría más puestos, muchos no vienen porque no tienen o por no traer los hierros” del estand, señalan en el puesto de Carmen Salgueiro Arribas. Ésta vende en el mercadillo desde hace más de medio siglo. Siendo una adolescente “hacía coronas que traía andando sobre la cabeza” desde Campañó, donde cultiva con mimo sus flores, de las pocas oportunidades que tenía una joven de la época para conseguir unos pocos ingresos.
A sus 83 años, se pasó la tarde del sábado haciendo centros y ayer sus familiares tuvieron que convencerla a primera hora de que no se quedase en el puesto. “Todo el trabajo lo hace ella, todo el cultivo”, explica su hija, “nosotros solo le ayudamos un poco cuando sale la flor a recogerla”. Han pasado décadas desde su primera vez en el mercadillo y “sigue teniendo la ilusión, siempre le gustaron las flores”.
Es el mismo amor que demuestra Mari Carmen Pérez, florista y viverista desde hace más de 30 años. “Todos los años me digo este es el último año que vengo, y cuando llega el día vengo, porque lo vivo”. Llama a su habilidad para hacer decoraciones su “gusanillo”, ya que en su caso “es mirar una flor, darle cuatro vueltas y hacer algo. Me gusta trabajar los centros bien y a veces tienes que ajustarte a los precios”.
Carmen Salgueiro Arribas, de 83 años, vende en el mercadillo desde que era una adolescente. Entonces hacía coronas, que traía sobre la cabeza desde Campañó, de las pocas oportunidades de una joven de la época para ganar un dinero extra
Vende preciosos centros de orquídeas que han supuesto una semana de trabajo y no la anima la escalada de precios: “Todo ha subido, para empezar la flor, pero también los sulfatos y abonos. Para aguantar los precios nos cuesta mucho, intentamos hacerlo ganando la mitad que antes”.
Dependiendo del tipo de flor, los clientes pudieron comprar centros a partir de 20 o 25 euros y hasta superar los 65 en las composiciones más sofisticadas, por ejemplo las que cuentan con orquídeas y cuya vida se prolonga durante “aproximadamente un mes, porque van en agua, con un pequeño tuvo para que tengan agua durante semanas”, explican en uno de los puestos.
Mari Carmen Pérez atiende su puesto desde hace más de 20 años. En su caso, “es mirar una flor, darle cuatro vueltas y hacer algo. Me gusta trabajar los centros bien y a veces tienes que ajustarte a los precios”, explica
Los crisantemos a la cabeza, pero también rosas, paniculatas o dalias llenaron de alegría A Ferrería, en donde mañana continuará el mercadillo y volverán las vendedoras enamoradas de sus flores, ese modo prodigioso que utiliza la Tierra para sonreír a todas las criaturas.
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