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La irrupción de los pubs: del Lord Nelson al London

Decoración refinada y ambiente tranquilo caracterizaron los nuevos locales que siguieron a las boîtes y las discotecas (Y 3)

El Lord Nelson abrió la travesía de los pubs que llegaron en los años 80.

Los pubs fueron la última iniciativa de la hostelería pontevedresa en sumarse al gran cotarro generado por las boîtes, los mesones, las discotecas, los clubs y las whiskerías, durante la década prodigiosa de los años 70.

El pub Lord Nelson fue el primero de su género entre aquel bullicioso maremágnum juvenil. Un local más selecto, tranquilo y refinado que sus antecesores, primos hermanos; un lugar en suma de esencias inequívocamente británicas. El baile no estaba en su ADN, pero sí el café irlandés que hizo furor como novedad, con una música suave al fondo.

Lord Nelson abrió sus puertas el 30 de abril de 1976 en un bajo con dos plantas -tres contando el habitáculo privado- del número 41 de la calle Peregrina, poco antes del cruce con la desembocadura de la calle Sagasta.

Entre la denominación del pub y la nominación de sus dos grandes salones Churruca y Gravina, no cabía equívoco sobre la querencia marinera de su joven propietario, José Luís Rodríguez Boullosa, un marinense conocido por Kaika, que estaba a punto de empezar a escribir su pasmosa leyenda.

El local sorprendió gratamente por su elegante decoración y el buen gusto en todos sus detalles. La gran barra en forma de U ocupaba el centro, dos peldaños más alta que las mesas a su alrededor. Los asientos corridos y tapizados en skay de tono verdoso; el suelo de moqueta y las paredes revestidas de madera oscura, en contraste con otras partes forradas en color pistacho.

El público al que estaba dirigido abarcaba un espectro variopinto. Desde grupos de amigos y parejas de novios, hasta matrimonios jóvenes y no tan jóvenes, incluyendo a los trasnochadores empedernidos. Del aperitivo del mediodía, a la última ronda de madrugada, pasando por el café y la copa de la sobremesa, o el gin tónico, la cerveza negra y el café irlandés del anochecer. Allí llegó a celebrarse el ágape del bautizo del primer hijo de Braulio Pintos y María del Pino Hernández, con reseña social incluida.

Lord Nelson únicamente parecía inapropiado para gente bullanguera, ruidosa y malencarada; el resto tenía su espacio, su momento y su bebida.

Por supuesto, que el pub se nutrió de camareros que conocían bien su oficio, con una trayectoria contrastada, que lucían perfectamente uniformados con pantalón negro, camisa blanca, chaleco negro y pajarita al cuello. Procedente del Xeitosa, de Marín, Raúl fue el primer encargado de aquel local, que gozó de la confianza de su propietario hasta el punto de que acabó por comprarle su descapotable Fiat Spider, que despertaba envidias y levantaba pasiones. Dentro del habitual trasiego entre unos y otros locales, allí sirvieron algunos camareros de Atlántida y Daniel.

José Inclán fue el primer cantante que actuó en Lord Nelson, donde permaneció una temporada ofreciendo a diario su nutrido repertorio de canciones sudamericanas. Pero la música en vivo no tuvo continuidad; solo hubo actuaciones muy de vez en cuando. También acogió al showman Black Dany, que pasó sin pena ni gloria.

Cualquiera diría que Kaika montó el pub para disfrutar de las dos cosas que más le gustaban: beber whisky y jugar del póker; naturalmente señoras aparte. Mientras arriba los noctámbulos estiraban el día, Kaika y sus amigos manejaban abajo los dados y las cartas hasta el amanecer.

Al menos en dos ocasiones Kaika tuvo en sus manos mucho dinero porque le tocó la lotería. Eso contó él como explicación. Quizá ocurrió en realidad que disfrutó de dos rachas sonadas. La leyenda que rodeó su persona aseguró que Kaika se jugó el Nelson una noche al póker y lo perdió; pero volvió a recuperarlo al día siguiente. Se non é vero é ben trovado.

Tan bien le fueron las cosas un tiempo, que montó una pizzería con su nombre de guerra en la plaza de Barcelos, que más tarde derivó en ostrería.

Lord Nelson resultó crucial en la trayectoria de Kaika; tocó el cielo cuando iba bien y cayó en el infierno cuando tuvo que deshacerse del pub y la adición a la heroína que probó en Tailandia lo convirtió en una piltrafa. Aquel joven deportista que nadó de Marín a Portocelo ante el asombro general, acabó víctima de un mono insaciable que truncó su vida lentamente, sablazo va, sablazo viene, entre amigos y conocidos.

El pub London abrió un año después que el Nelson en el número 27 de la calle Benito Corbal, un local con mucho fondo hacía la plaza de Barcelos.

“Algo very important”. De esta forma misteriosa comenzó a anunciarse en la prensa local los últimos días de agosto de 1977, hasta que el viernes, 2 de septiembre, abrió sus puertas sin ninguna celebración especial.

Sitio elegante, ambiente tranquilo y servicio atildado. Bebidas garantizadas y copas bien puestas, con el café irlandés como marca de la casa. El London promovido por Fernando Moure, un hombre ajeno al negocio hostelero, replicó cuanto pudo el modelo de éxito del Nelson, pero nunca superó al original, tal y como sucede habitualmente.

El London vivió a la sombra del Nelson, pero tuvo su clientela, al igual que la mayor parte de los pubs que irrumpieron después, aunque no fueron lo mismo. Solo Albatros disfrutó de una vida plena o incluso conoció dos épocas, según como se mire. Javier Fernández, fotógrafo y artista, reconoce que el montaje de su pub se fraguó en Lord Nelson, ensoñando cada detalle.

Después de un año de rodaje con otros dos amigos, Javier Fernández asumió el reto en solitario desde 1979 y decoró el local a su gusto en el número 13 de la calle Andrés Mellado. Entonces, el ave majestuosa comenzó a volar muy lejos, pero la historia del local resulta bien conocida por los lectores habituales de DVM puesto que ya ocupó en su día una doble crónica.

La Viga, Carabás, Marrón Glasé, Licor Negro, La Aurora, Groucho, La Madrila y una relación interminable de bulliciosos pubs de pelaje muy diverso tomaron esta ciudad, de lado a lado. Cuando el fenómeno de la movida nocturna se apoderó del Casco Viejo y convirtió la noche pontevedresa en un infierno, no quedó ni rastro de la década de oro de las boîtes, los clubs y las discotecas.

Rafa Trigo, de La Cabaña al Universo

Rafa Trigo y Juan Viana pergeñaron su pub soñado tomando copas en Albatros, pero cuando la idea estaba al fin madura, este trasladó a aquel su intención de marcharse al otro lado del Atlántico en busca de nuevas emociones. Rafa se quedó chafado, pero Juan no lo dejó en la estacada. Enseguida le presentó a Camilo Abeledo, hijo de Bollitas, el legendario futbolista granate, que resultó un socio muy fiable y luego buen amigo. La incorporación al proyecto de José y Tinín Alonso, dos en uno, llegó poco después y cerró la sociedad. Cada una de las tres partes puso 500.000 pesetas. Cuarenta años después, Rafa Trigo todavía recuerda muy bien como se desarrolló aquella épica aventura que fue durante los años 80 el pub La Cabaña, un sótano ubicado en la calle Flórez que antes acogió al mítico Charada. Cuando juntos visitaron el local de la familia Paz Andrade sacaron una penosa impresión. El moho verduzco cubría toda la estancia, impregnaba las paredes e incluso colgaba de los techos. El ambiente era irrespirable. Sin embargo, ellos fueron capaces de adecentar aquel sótano de mala muerte, que no disponía de salida de emergencia. Hoy su apertura sería imposible. La Cabaña se llamó así porque tuvo ese aspecto original, con unos singulares dibujos americanos de naturaleza inventada. El local contó con un público más joven de tarde y otro más bohemio por la noche, pero muy identificado con el ambiente creado. “Algunos fines de semana -recuerda- hacíamos cajas diarias de 50.000 y 60.000 pesetas. Aquello era una locura”. Rafa vivió dos años frenéticos en La Cabaña que le pasaron factura. “Al principio -reflexiona- todo fue muy divertido, pero después la situación se volvió pesada y conflictiva. La noche pontevedresa fue terrible en aquel tiempo”. La droga empezó a causar estragos entre la juventud y se llevó por delante a muchos chavales inocentes. Rafa y sus socios aseguran que hicieron cuanto pudieron por evitar que los baños del local se convirtieran en picaderos habituales. Alguna vez no ocurrió una desgracia de verdadero milagro. En un momento determinado, él se sintió sobrepasado, tuvo miedo y optó por irse de La Cabaña. Hoy piensa que fue una buena decisión, pese a que su cambio de aires en Madrid no salió tan bien como esperaba. José y Tinín Alonso siguieron al frente del local y La Cabaña sin Rafa Trigo disfrutó de una larga vida que fue menguando lentamente. Después de algún tiempo dando tumbos y buscándose la vida en precario, Rafa Trigo regresó a Pontevedra y volcó su propia evolución personal en un nuevo negocio hostelero, sector que él entendió mejor que nadie gracias a su buena formación profesional y también a su gen familiar, como niño y adolescente que disfrutó del privilegio de vivir en el legendario Hotel Universo. El pub Universo, denominación que hizo honor a aquel origen suyo, abrió en los Carnavales de 1987 en la plaza de Méndez Núñez. Rafa se fijó en una antigua crepería instalada en la esquina de la casa de los Muruais y, poco a poco, allí dio forma al nuevo pub, a su imagen y semejanza. Ambiente tranquilo y acogedor, cercanía en el trato, buena música y copas bien servidas de las mejores marcas. Estos fueron los pilares del Universo, donde Rafa Trigo contó con la colaboración de Javier Vieitez, su otro yo. Ambos se bastaron y se sobraron para regentar unos cuantos años aquel Universo finalmente cerrado en 2014, que su nutrida clientela recuerda hoy con enorme cariño y mucha añoranza. Luego llegó Marta y La Gramola.

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