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Ugarte, de la fábrica de jabón de Mollavao al balneario de Vilariño

El eminente químico realizó incontables análisis y peritajes para numerosas industrias de pinturas, conservas y piensos (y 2)

Anuncio del jabón que Ugarte preparó en la fábrica de Prieto en Mollavao.

Juan Ugarte Pollano no fue un represaliado, ni tampoco un franquista. Abalado por su impecable hoja militar de servicios técnicos en Pontevedra, el joven profesor no pasó por ningún expediente de depuración. Con plena normalidad siguió trabajando hasta 1943, cuando se produjo su marcha del Instituto, todo un misterio indescifrable hoy. En todo caso, no hubo por medio ninguna motivación política, sino más bien alguna encerrona profesional que cercenó su brillante trayectoria educativa.

A partir de entonces, Ugarte se volcó en el trabajo industrial y jugó un papel relevante en dos destacadas empresas pontevedresas: Fabril Gallega de Jabones y Pinturas LEP.

Ugarte empezó a colaborar en Fabril Gallega de Jabones tras su puesta en marcha por Manuel Prieto Salvadores -miembro de la saga de los Prieto- en la calle Joaquín Costa hacia 1936. El jabón San Justo (o Santa Justa) fue su primer producto para baño y tocador, que resultó un éxito en plena Guerra Civil; no solo se vendió en las principales droguerías, sino también en comercios renombrados como La Modernista, Almacenes Peláez y El Buen Gusto.

Jamás formó parte como propietario o socio de ninguna industria; siempre ejerció de analista por cuenta ajena

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Esa buena acogida sirvió de acicate a su promotor para montar en 1938 una fábrica de jabones pionera en Galicia, cuyo proyecto redactó el arquitecto municipal, Emilio Quiroga. La nave se instaló en Mollavao, junto a la carretera de Marín; sus restos todavía se conservan frente a las actuales instalaciones de Nodosafer. Allí fue donde Ugarte jugó su papel en la parte técnica.

Probablemente Ugarte analizó y bendijo las propiedades atribuidas a las aguas sulfofluoradas de San Xurxo de Sacos, especialmente recomendadas para afecciones cutáneas, que la fabrica empleó en su proceso industrial. Jesús Juanes Carrasco ejerció de transportista que llevaba el agua en grandes bidones desde San Xurxo hasta Mollavao.

Prieto registró después la marca Carmiña, el nombre de su única hija, Carmen Prieto Fernández, para toda una gama de productos de tocador que dio lustre a Fabril Gallega de Jabones. Pero cuando la fábrica se encontraba en un momento expansivo, se produjo la muerte inesperada de Manuel Prieto Salvadores en 1944. El propietario solo tenía 49 años y su desaparición precipitó el cierre de la fábrica.

Rechazó la oportunidad de su vida para dirigir una fábrica de harina de pescado en Marruecos por miedo a volar

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Cualquiera sabe si esta desgracia influyó mucho en el ánimo de Ugarte o si tomó con anterioridad su decisión de no implicarse en ningún negocio. Lo cierto fue que jamás formó parte como propietario o socio de ninguna industria. Siempre ejerció de analista por cuenta ajena usando como plataforma habitual el laboratorio instalado en un ala de su casa familiar en la calle García Camba.

Mucha participación tuvo Ugarte en la fábrica de Pinturas LEP, letras iniciales de su promotor Leonardo Estévez Piña. Esmaltes, barnices, lacas, secantes, impermeabilizantes y hasta pinturas submarinas; el catálogo de la empresa fue muy potente. La huella de esta industria permanece hoy indeleble en Monteporreiro, unida a la gran nave que allí tuvo Almacenes Garza. Piña se presentó después como sucesor de Garza en su actividad comercial.

Ugarte trabajó a diario en Pinturas LEP antes de retornar a la enseñanza privada e incluso preparó y tramitó para aquel empresario amigo el proyecto de una fábrica de colas de pescado, aceites y harinas para piensos, que el Concello autorizó en 1950. Esta referencia viene al pelo para reseñar el trabajo externo que Ugarte realizó una década después en Avícola de Galicia, la empresa fundada por Jaime Olmedo Limeses en Campañó. Ugarte fue el analista de la industria en sus primeros años.

Ugarte se convirtió en un perito y analista químico muy demandado por la industria conservera

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Curioso reflejo de su dominio del mundo de la pintura industrial resultó una singular tonalidad en azul cobalto, que Ugarte realizó para su amigo Rafael Úbeda. El incipiente pintor buscaba con obsesión un matiz que no lograba en su paleta, y que el químico encontró finalmente para su plena satisfacción. Ambos siempre recordaron entre risas aquella colaboración entrañable.

Ugarte se convirtió en un perito y analista químico muy demandado por la industria conservera. De punta a punta, en la zona costera de Pontevedra y A Coruña trabajó para incontables firmas, todas de primer nivel; incluido el propio gran empresario vigués José Barreras Massó, con quien colaboró mucho en su apuesta por la innovación en su firma conservera.

Precisamente de su prima hermana, la industria pesquera, recibió Ugarte a principios de los años 60 la oferta más importante de su vida profesional.

Los hermanos marineses Sebastián y Juan, de la legendaria saga de los Tiburcio, tentaron a Ugarte para supervisar las fábricas de harinas de pescado que montaron en diversos lugares de España y fuera de España. Los Tiburcio requirieron al químico para ponerse al frente de su fábrica de Marruecos; necesitaban un hombre de su entera confianza y casaba como anillo al dedo. Sin embargo, él rechazó la oferta por su miedo insuperable a viajar en avión, según recuerda ahora con cariño y nostalgia su hija Juana. No encontraron la forma de convencerlo.

La participación de Ugarte resultó igualmente decisiva en la puesta en marcha del balneario de Caldelas de Vilariño (A Golada), cuyas aguas tomadas del río Arnego obtuvieron la declaración oficial de utilidad pública por su composición mineromedicial. “Agua acratópega, intensamente alcalina, bicarbonatada sódica y sulfurada, rica en flúor sódico y en ácido meyasilícico”. Esta fue la descripción técnica aportada por Ugarte de unas aguas muy celebradas antaño.

El premio de Amigos de Pontevedra en 1982, junto a la nominación como miembro de honor del Colegio de Químicos en 1984, supusieron los dos últimos reconocimientos en vida

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“Allí donde perennemente el murmullo del río y el susurro del viento se confunden en ininterrumpida sinfonía; allí donde hermanados crecen el pino, el eucalipto, el roble y el castaño… allí está el nuevo balneario”. Así comenzaba Manuel Gallego Iglesias, corresponsal de FARO, una preciosa crónica sobra la inauguración del balneario de Caldelas de Vilariño el 14 de agosto de 1963.

Juan Ugarte asistió como invitado especial del propietario del centro, Antonio Vilariño Vázquez, y de su médico-director, Enrique Barcala Loureiro, junto al jefe provincial de Sanidad, Julio Casal Castro, también de grato recuerdo.

El premio de Amigos de Pontevedra en 1982, junto a la nominación como miembro de honor del Colegio de Químicos en 1984, supusieron los dos últimos reconocimientos en vida, el uno popular y el otro profesional, que recibió con enorme satisfacción Juan Ugarte Pollano.

Fundador del Colegio de Químicos

Ugarte fue uno de los treinta y un fundadores del Ilustre Colegio Oficial de Químicos de Galicia, acta que firmaron en Vigo el 20 de abril de 1952. La junta general extraordinaria se celebró en la Escuela de Artes y Oficios, y Ugarte resultó elegido vocal en una directiva presidida por Antonio Rodríguez de las Heras e integrada solo por siete miembros. Ugarte se integró en la Comisión de Régimen Interior y cumplió su cometido durante seis años hasta que en 1958 se produjo una amplia renovación y abandonó la directiva. Pasado el tiempo y ya jubilado, fue nombrado colegiado distinguido en 1984, un reconocimiento a su trayectoria que agradó mucho al eminente químico. Otro acontecimiento personal que satisfizo especialmente a Ugarte dentro de su abultado currículum profesional fue su ingreso en la Real Sociedad Española de Física y Química. Su formalización se produjo en 1948, durante la primera sesión científica que dicha institución celebró en el Paraninfo de la Universidad de Santiago, bajo la presidencia de Ignacio Rivas Marques, decano de la Facultad de Ciencias. Ugarte contó para su ingreso con dos mentores de incuestionable prestigio, buena muestra del reconocimiento que gozaba entre sus colegas. Esos avalistas fueron Justo Domínguez Rodríguez y Ramón Dios Vidal. El primero era un científico muy cualificado, que más tarde ocupó la dirección de la Misión Biológica tras el fallecimiento de Cruz Gallastegui, y el segundo ejerció durante mucho tiempo como catedrático de Física y Química del Instituto Nacional de Enseñanza Media de esta capital. Mejores avales, imposible.

Un antecesor del hombre del tiempo

Al concluir la Guerra Civil, recibió Ugarte la encomienda de reponer el servicio meteorológico en esta ciudad, que estaba bajo la dependencia del Ministerio del Aire. Su designación como encargado se produjo en noviembre de 1939 y contó con el informe favorable de Secundino Vilanova, director del Instituto donde Ugarte daba clases. Para desarrollar su función, contó con Constantino Alonso Pacheco como ayudante. Lo primero que hizo Ugarte fue solicitar la reubicación de la caseta para la recogida de datos en los jardines de Vincenti, donde ya había estado instalada anteriormente. El Ayuntamiento aceptó su petición e incluso encargó el proyecto al arquitecto municipal, Emilio Quiroga. Al mismo tiempo que inició este trabajo complementario a su labor docente, Ugarte comenzó a escribir una colaboración bajo la cabecera de Divulgaciones Meteorológicas en la revista Triunfal, impulsada por Ramón Peña. En su primer artículo, dejó claro su enorme interés por la meteorología como “una ciencia que exige el concurso de todos por sus extraordinarias aplicaciones prácticas”. Igualmente, subrayó la importancia de sus datos para la navegación marítima y aérea, así como también para distintas fases de la vida animal y vegetal. En su opinión, la exactitud y la perseverancia eran dos condiciones imprescindibles para realizar dicho trabajo; dos cualidades que no resultaban ajenas a su filosofía vital. Su marcha del Instituto no supuso a Ugarte el abandono del servicio meteorológico, labor que desempeñó durante una década, hasta su renuncia voluntaria en 1950 para retornar a la enseñanza.


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