Los gallegos decimos que existe una aldea de los muertos y otra de los vivos. Cuando morimos, nos trasladamos a otra casa en una aldea preciosa, un hogar de granito rodeado de naturaleza que compartimos con nuestros difuntos, esos que cada año por estas fechas nuestra genética cultural nos lleva a recordar (más). He ahí nuestro triunfo simbólico contra el olvido.
“Aquí están mis padres y tres hermanos”, explican sin poder contener la emoción las mujeres de la familia de Manuel Giménez Díaz, que han trabajado duro para elaborar los vistosos arreglos florales que adornan el panteón. Un año más, los vecinos de etnia gitana se dan cita masivamente en el cementerio de San Amaro para recordar a sus difuntos con decenas de ramos y centros.
“Los hacemos todos nosotras, son años de práctica”, explican las mujeres ante la larga fila de centros, vecinas que lamentan la pérdida de un familiar “no hace ni un mes, por eso hoy nos hemos venido tan temprano”.
Las velas encendidas, el aroma de las flores, su color y hasta la lluvia de la noche (que avivó el olor de varios de los árboles perfumados del cementerio) colaboraron para que San Amaro presentase su mejor imagen.
María del Carmen Fernández Díaz, que desde hace más de 30 años vende castañas y rosquillas a las puertas del cementerio en este puente de Difuntos, explica que “todo está muy parado, llevo desde la tarde del sábado y el fin de semana ha sido peor que hoy”
El intenso tráfico se hizo sentir en dirección al principal camposanto del municipio (de hecho la Policía Local estableció como cada año un dispositivo especial para canalizar la afluencia) y las visitas fueron continuas desde primera hora de la mañana. Con todo, no llegaron a los niveles de prepandemia.
Lo explica María del Carmen Fernández Díaz, que desde hace más de 30 años vende castañas y rosquillas a las puertas del cementerio en este puente de Difuntos. “Todo está muy parado, llevo desde la tarde del sábado y el fin de semana ha sido peor que hoy” (por ayer).
En varias aldeas gallegas en la noche de ayer se dejan castañas cocidas o asadas en la cocina. La creencia es que los difuntos volverán a su casa de madrugada y podrán saborear estos frutos que se cosechan estas semanas y que por ese motivo desde hace siglos se asocian en Galicia al culto a los muertos.
Así es que no es extraño que María del Carmen Fernández Díaz haya heredado el puesto de castañera “de mi madre, que también estuvo aquí muchos años”, explica al frente de la máquina de asar. En su puesto las ventas han caído “fácilmente a la mitad de 2019. De momento no se ve mucho la recuperación, creo que nos va llevar más”.
Nuria Domínguez atiende desde hace 18 años su puesto de flores y velas a las puertas de San Amaro. “Vengo todos los fines de semana”, indica, de modo que se ha hecho con “un clientela habitual, que a lo mejor no gasta tanto pero que sigue comprando”
Mejor balance hace Nuria Domínguez, que esde hace 18 años atiende su puesto de flores y velas a las puertas del cementerio municipal. “Vengo todos los fines de semana”, indica, de modo que se ha hecho con “un clientela habitual de muchos años, que a lo mejor no gasta tanto, es decir si antes compraba 20 euros de flores ahora compra 10, pero que sigue comprando”.
Así, el puente de Todos los Santos se ha cerrado en su caso “con un nivel de ventas normal”. Decenas de clientes acudieron a pedir flores llenas de color y aroma, que nos evocan esa aldea en la que nos recuerdan y esperan.
